AMLO: sus peores enemigos

Desde luego que hay sus excepciones: algunos tienen una preparación académica aceptable y hasta sobresaliente; a otros, su experiencia les ha permitido sobrellevar la horripilante mancha de haber servido en gobiernos anteriores; hay quienes compensan la falta de títulos universitarios con años de auténtica lucha social por las mejores causas; son muy pocos los que combinan dos o tres de los rasgos descritos; actitud con aptitud.

En cambio, son numerosos los que hoy ejercen cargos públicos o de representación popular sin mérito alguno. Peor aún, sin el menor reconocimiento de que están ahí debido al doble fenómeno del hartazgo popular y el liderazgo carismático a la “N” potencia de Andrés Manuel López Obrador que implosionaron el 1º de julio. Es más, algunos son tan estúpidamente soberbios que creen que ganaron por sí solos o que se merecen los cargos en los que fueron impuestos en todos los niveles jerárquicos del gobierno federal o del Congreso.

Y así ejercen: siguiendo o tomando medidas absurdas; atropellando derechos laborales y humanos sobre todo de quienes viven en el pecado de no ser morenos de origen; institucionalizando las bajezas y las leperadas como lenguaje cotidiano. Los mismos que con los pretextos de la lucha contra la corrupción y por la austeridad llevadas a extremos enfermizos, golpean y maltratan desde los pequeños tronos de sus nuevas oficinas.

Son quienes día a día denigran la Cuarta Transformación. Los heraldos negros del nuevo gobierno. Los perversos propagandistas de la imagen de López Obrador. Quien, por cierto, ya debería identificarlos como sus peores enemigos. Porque además están cometiendo los mismos excesos de gobiernos anteriores en el ejercicio del poder: ya se supo que el propio AMLO regañó fuertemente a su gabinete, por los “goles” que le han metido con el nombramiento de servidores públicos de medio y hasta alto nivel con perfiles más que polémicos, sin preparación, con pasados oscuros o cuentas pendientes.

Ya los ejemplos de ineptos, parientes, novias y novios en cargos jugosos son abundantes. Y lo han hecho sin pudor alguno. El abuso como algo natural y consustancial a una suerte de absurda revancha social: ¡ahora mandamos nosotros!

A la llegada de muchos incompetentes hay que añadir o más bien restar la salida de algunos capaces o muy capaces. Y es que resulta difícil de creer que todas las decenas de miles de despedidos ipso facto lo merezcan por ineficiencia o corrupción.

Todos estos factores merecerían al menos una reflexión profunda de parte de López Obrador y su gobierno, que él ha afirmado no está ligado a Morena, su partido; aunque sus seguidores se empeñan en demostrar lo contrario. Entre ellos estarán las sabandijas de su dirigente Yeidkol Polevnsky, quien bien ejemplifica el pleito por el pastel apenas salido del horno.

Hace unos meses, durante una entrevista con un experto en administración pública, llegamos a la conclusión que entre legisladores y cargos públicos se requerían al menos tres mil hombres y mujeres de probada capacidad cuya labor incide directamente en millones de gobernados.

López Obrador sabe que no los tiene. Y su desafío será qué hacer para cubrir este déficit que incide directamente en un pequeño detalle: la calidad de su gobierno.

PD.- Insisto: una forma flagrante de la corrupción es aceptar un cargo público para el que no se está capacitado.