Camus y nuestras pandemias

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Imposible, copados, obsesionados y víctimas de nosotros mismos vía Covid-19 no mencionar a Albert Camus y a su multicitada novela, “La Peste”. En tiempos de pandemia, erróneo no dedicar algunas reflexiones al libro, por reales, y, lamentablemente, atemporales. Camus no ofrece consuelo. La pandemia actual alimenta el desconsuelo camusiano. Su mirada, acre y real, incomoda y atemoriza. La peste se publicó en junio de 1947. El Nobel de Literatura fue, además de inmenso lector de la realidad, prestidigitador: no supo que su peste seguiría viva indefinidamente, con otros nombres, en sitios diversos, en otros tiempos. Su peste es la peste humana: somos nosotros, serán quienes sigan, los responsables de ella(s). La pregunta es obligada, la respuesta debería ser motivo de estudio y esfuerzo, antes y después de los cohetes lanzados a espacios lejanos, yermos de humanidad: ¿Es la condición humana una peste?

Hacia el final de la novela, el malogrado autor —murió en un accidente automovilístico— explica que el doctor Bernard Rieux, héroe de la narración, no se unió a la celebración masiva tras el anuncio de la finalización del reino del terror impuesto por la peste:

El médico Rieux, fiel a sí mismo y a sus conocimientos, no se daba al engaño: ni las infecciones masivas, ni las pestes de las sociedades ni las del mundo terminan por decreto. Finalizan cuando el rumbo se corrige y la realidad se confronta primero, se cambia después. Para él, para Camus, las epidemias muestran cuán frágil es la humanidad y cuán necesario es entender que la peste, en el caso de la obra, el fascismo, es un asunto de todos. Los asuntos de todos requieren las manos y la fuerza de todos: individuos, sociedad, Estado. Inmensa falta hace el Estado, inmensa es la necesidad, en tiempos Covid-19, que no se mienta, que no se dilapiden recursos, que se afronte el problema, como lo hacía el doctor Rieux, con la verdad.

El caso Covid-19 2020, reproduce fragmentos camusianos: lo que empezó hace siete meses se ha generalizado y ha, como sucedió en Oran, la ciudad de “La peste”, generado cohesión, solidaridad, encono y respuestas antagónicas entre ciudadanos y políticos. Ni las epidemias ni las pandemias finalizan por decreto. Las de ayer son las de hoy y las actuales seguirán reproduciéndose mientras no entendamos por qué las ratas acabaron con las vidas de los hombres de Camus y el coronavirus con las de mujeres, abuelos, niñas, hombres, enfermeras y médicas del mundo.

Cuando se decrete el final de Covid-19, todo quedará en el olvido. Lo recordaremos cuando una nueva pandemia nos advierta que los médicos/maestros Rieux y Wenliang no han muerto.

(Médico y escritor)