Cobija de lana

Me alegra. Me alegra mucho que la democracia electoral mexicana, siempre cuestionada, siempre vilipendiada, haya callado bocas y probado su valía. Me alegra que la gente haya creído que sus votos valen, que hayan salido a formarse por largo rato frente a sus casillas y depositado en una urna la opción que consideraron más propia. Me alegró haber visto, al igual que lo hicimos nosotros, un montón de niños formados con su padres, y mostrarles cómo se inicia el ejercicio democrático. Así se construye ciudadanía: desde la infancia y con el ejemplo. Me alegró saber sobre los casi millón y medio de mexicanos que prestaron casi todo su día en cerciorarse que nuestros votos fueran debidamente custodiados y contabilizados. A todos ellos, gracias.
Sentí respeto por la muestra de madurez que tanto José Antonio Mede como Ricardo Anaya tuvieron al salir, aún antes del anuncio oficial por parte del presidente del Instituto Nacional Electoral, y aceptar su derrota. Fue inevitable recordar aquella conferencia que hace años dictó el ex presidente español, Felipe González en donde categóricamente afirmó que la aceptabilidad de la derrota es la esencia de la democracia. Espero sea la inauguración de una nueva era de modales políticos, en donde se muestre que lo cortés, no quita lo valiente.
Sin embargo, en esta ola de alegrías por la democracia mexicana, es prudente recordar ciertas páginas de Cien Años de Soledad. Cuando el coronel Aureliano Buendía, héroe de guerras siempre perdidas, se encontraba en la cumbre del poder, tuvo un ataque de frío perpetuo que le hizo vivir eternamente con una cobija de lana echada en los hombros. La helazón se le metió en los huesos tan profundo, que ni el bochorno de Macondo, ni el abrazo de Úrsula, su madre, lograron quitarle el frío el resto de su vida. Es lógico. El poder es una cumbre tan fría como la del Éverest, en donde el aire para respirar se corta por la presión de la altura. Cada persona que gobierna, está, de inicio, condenada a la soledad, aparentemente cobijado por miles de seguidores, fieles acompañantes, lleno, al menos en principio, de palabras dulcemente esperanzadoras. Sin embargo, la compañía es un espejismo. La cobija no sirve de nada. En la silla presidencial cabe solo una persona.
Hay un par de inquietudes en el viento. La primera es que quienes ganaron se comporten como ganadores. Porque así como reconocer la derrota marca la democracia, portarse como triunfadores requiere aún mayor entereza. Sobre todo, hacia quienes no compartieron proyecto. Ser ganador que gobierna, exige ecuanimidad y templanza. El primer discurso de Andrés Manuel López Obrador es una buena señal: habló de reconciliación, de pluralidad. Esto debe de traducirse los siguientes meses en acciones incluyentes, diálogos abiertos, posturas de escucha tolerante. La propia declaración de principios de Morena lo establece: “Nuestro partido es un espacio abierto, plural e incluyente, en el que participan todas las clases sociales y de diversas corrientes de pensamiento, religiones y culturas”. No suena nada mal.
Sin embargo, existe un riesgo advertido hace poco por Jesús Silva-Herzog Márquez: “ Ya no es (Morena) un partido de izquierda, sino una cazuela que quiere recogerlo todo” (Sobre el Volcán, Nexos, junio 2018) La campaña presidencial nos regaló momentos insospechados que fueron desde una alianza entre la derecha representada por el Partido Acción Nacional con la entonces izquierda liderada por el Partido de la Revolución Democrática; hasta ver que en el proyecto de López Obrador cabía Napoleón Gómez Urrutia. Digo, ¿todos implica necesariamente a cualquiera?¿cómo se acomoda dentro del discurso anti corrupción a varios que han sido vergonzoso ejemplo de tal mal? Eso, únicamente por poner un ejemplo pero, ¿cómo van a lidiar con el agua y el aceite sin que resulte en un tiradero garrafal o un brebaje intragable?
Ahora bien, si las tendencias continúan, es claro que Morena tendrá una fuerza como jamás la ha tenido: habrá conquistado gubernaturas y una parte importante, casi mayoritaria, del Congreso Federal en ambas cámaras. Esto, en un principio, ayudará a que haya orden y que el nuevo presidente gobierne sin una necesidad imperante de sentarse y negociar para que las medidas de la nueva administración transiten casi sin problemas. Sin embargo, es inevitable recordar aquél momento que dio inicio a la creación del ahora Partido Revolucionario institucional. Previo a 1929, el presidente Calles tuvo que lidiar con una decena de pequeñas fuerzas en el Poder Legislativo que hacían casi imposible gobernar. Luego, (dicho de manera muy simplista, por supuesto), creó al partido que nos gobernó casi setenta años y ya sabemos cómo terminó aquello. Ciertamente el entonces partidazo hacía difícil creer en la división de poderes y en los contrapesos que aparentemente debe de generar. Mucho costó comenzar a activar todos esos principios de equilibrios de los que la teoría hablaba. Hubo muchas personas valientes que dieron su vida por que hubiese una oposición sana y un reflejo de la diversidad de este país. López Obrador ha reiterado varias veces su aprecio por la historia y parece entender su lugar en la misma. Precisamente por lo mismo, es posible que no olvide lo que el poder totalitario ha hecho a México. Espero que así sea.
El nuevo mandatario ha manifestado su deseo por ser visto al paso del tiempo como un buen presidente. Habla constantemente de tres momentos que fueron parteaguas de la nación: Independencia, Reforma y Revolución. Él pretende encabezar un cuarto movimiento. Buscar tal lugar en los anaqueles de la Historia no es tarea menor. No va a tenerla fácil. Este país, polarizado, lleno de adjetivos, con muchos menos argumentos de lo que uno quisiera, no es cosa de pura buena voluntad. Mi deseo es que, a pesar de las profundas diferencias que lo distancian de muchos mexicanos; a pesar de un porcentaje nada fácil de digerir de entre los que votaron por alguien más o de los que anularon su voto, logre ser un buen presidente. El país se lo merece.
El frío de Aureliano Buendía convive con cualquier presidente, de cualquier partido, de cualquier nación. López Obrador vivirá a partir del primero de diciembre con una cobija de lana echada en los hombros. Deseo que, a diferencia del Coronel Buendía, no sea insensible ante el bochorno de Macondo, ni al abrazo de Úrsula. Por el bien de todos nosotros.