Con ganas y un gis
En el 2019, previa pandemia, el Instituto Tecnológico de Monterrey publicó un artículo que recapitulaba varios estudios en los que se señalaban las causas por las que docentes abandonaban las aulas. Entre ellas, sobresalían los bajo salarios, las faltas de respeto, exceso de carga de trabajo y la percepción de no sentirse valorados. Estas respuestas resultaron comunes en varios países del mundo.
Después de la pandemia, la deserción del gremio aumentó. Cientos de miles de personas a nivel mundial abandonaron la docencia para dedicarse a otras cosas. Para el año pasado, la UNESCO calculó que se necesitan 44 millones de docentes en todo el mundo; el déficit está en las causas ya mencionadas, mas el fenómeno de envejecimiento del profesorado, que, por motivos de edad, está por dejar la docencia pero sin que haya nuevos cuerpos que los sustituyan.
Sin embargo, llama la atención que cada vez de manera más frecuente, se cita el fenómeno de “desmotivación intrínseca”, es decir, que ya no solo se trata de estar en el aula, sino que ahora se percibe un ambiente desfavorable tanto con los cuerpos directivos de la propia institución de enseñanza, así como en el interior de las aulas y con los padres de familia. Según la Fundación SN, uno de cada tres personas profesoras se siente desmotivada en su labor, cuando en 2007, la cifra era del 60% de la personas motivadas o altamente motivadas a dar clases.
En este sentido, se menciona frecuentemente entre los docentes varias razones: La primera es que, por paradójico que parezca, en estos tiempos donde hay más información de todo, menos se puede hablar de los temas. Por un lado, está la corrección política y por otra la cultura de cancelación entre los jóvenes. Así los y las docentes terminan autocensurándose ante el temor de ofender a alguien o bien, de ser acusados de hablar de temas impropios. Al final ya no se discuten muchos temas que quizá sería importante haber abordado.
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Aunado a lo anterior está la labor de los padres de familia, que han mal entendido eso de ser figuras presentes para convertirse en verdaderos invasores de la vida de sus hijos. Recientemente, por ejemplo, me tocó el caso de una mamá que se apareció en mi salón con su hijo, que había terminado la Maestría, para hablar conmigo porque me había tocado ser sinodal del joven. El estudiante no habló prácticamente nada. Su madre lo hizo por él. Una pena, porque el chico no tenía de qué preocuparse, su tesis era excelente.
Por otro lado, está el uso de celulares. Muchos ya se han dado por vencidos al pedirles a los estudiantes que apaguen los aparatos o que por lo menos los pongan en vibrador para no interrumpir la clase. Así, algunos docentes acaban de plano “haciéndose locos” y enfocándose de plano, en los y las alumnas que buenamente quieran poner atención. Otros docentes, más bien, tienen temor a ser grabados o terminar en una foto y acabar siendo un meme o un giff de temporada. Ante cualquiera de las dos opciones se sabe que luchar contra esto es una batalla perdida: los docentes podemos ser objeto de burla eterna y circular de celular en celular y de pantalla en pantalla sin que nada pueda evitarlo.
Finalmente, hay quienes se encuentran vil y llanamente, desilusionados de que nadie les reconozca su trabajo. Profes que, siendo buenos, hasta “taquilleros” no consiguen más cursos porque simplemente hay de consentidos a consentidos y quedan fuera.
Así, está cada vez más presente la llamada renuncia silenciosa, es decir, limitarse a cumplir un horario en donde se realicen las actividades mínimas indispensables, sin importar la necesidad e incluso urgencia que pueda tener un alumno o alumna. Ante la falta de soporte institucional, reconocimiento a la labor desempeñada, la falta de estímulo económico o todo junto, los y las docentes optan por ser como esos alumnos que pasan “de panzazo”: hacer lo mínimo y punto.
¿Podemos culpar a los y las profesoras de ser cada vez menos como el entrañable profesor Keating de La Sociedad de los Poetas Muertos, o bien como Merlí? Pues no mucho. Los profes, sorprendentemente, también somos humanos.
Ciertamente hay de todo en la viña del señor. Profes malos y lo que le sigue: negligentes, irrespetuosos, hasta violentos. Pero en el gremio también hay unos buenos re buenos: que saben su materia, que les importan sus alumnos, que disfrutan dar clases y se les nota.
Por tanto, hoy, lectora, lector querido, le dedico esta columna a los y las profes que aman lo que hacen y que, a pesar de todo, ahí siguen al pie de la batalla, armados nomás con sus ganas y un gis.
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