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Economía para la democracia

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Octubre 29, 2024 03:00 a.m.

A

La reciente reforma constitucional que garantiza el incremento anual del salario mínimo por encima de la inflación observada durante el período de su vigencia, es una muestra concreta de que el mejor camino para el abordaje de la satisfacción de las necesidades económicas es la democracia, confirmando que la democracia no es una palabra vacía de contenido, mera formalidad o postulado susceptible de alcanzar así nomás, sin adjetivos, como propusiera hace tiempo un clásico de la derecha mexicana, sino la posibilidad cierta de orientar las virtudes del juego democrático más allá de sus implicancias políticas.

Sabido es -y experimentado está- que, durante el período del modelo neoliberal, el salario mínimo en nuestro país sufrió un grave deterioro en su capacidad de poder adquisitivo, llegando al extremo de contar con aumentos anuales ridículos de algunos cuantos centavos o pesos que no alcanzaban ni para comprar un chicle. Se trataba de una lógica inherente a dicho modelo, toda vez que el consumo pasaba a segundo en término porque lo imperante no es la reproducción de la vida sino la del capital, más aún del capital depredador y especulativo, frecuentemente improductivo. 

Pero como todo modelo que, como sugería desde hace tiempo el método crítico marxista, solamente contempla el avance de uno de los polos de la relación social esencial de la producción, esto es, del capital en detrimento del trabajo, aún con un tiempo prolongado de manifestación, más temprano que tarde encuentra los límites objetivos y subjetivos para su expansión. En el caso mexicano, el prolongado período neoliberal tendría que mantenerse a un alto costo de degradación económica de la mayoría de la población, al tiempo que la conciencia social de no soportar más tal estado de cosas crecía por la apreciación de que una minoría se enriquecía de manera escandalosa y sin menor ánimo de contener su ambición.

La degradación salarial que se alentó en el período neoliberal cumplía, guardadas las proporciones de tiempo y lugar, con el espíritu de la famosa “ley general de acumulación” que Marx planteó en “El Capital”, de manera más que gráfica: “a medida que se acumula el capital, empeora la situación del obrero, sea cual fuere su remuneración”, porque “la acumulación de riqueza en un polo es, al propio tiempo, acumulación de miseria, esclavitud e ignorancia en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital”.

Sea cual fuere, pues, la remuneración salarial del trabajador, si no está acompañada por medidas que eviten su depauperación, el efecto es de un empobrecimiento progresivo. Ya se sabe que la visión neoliberal planteaba generar mucha riqueza (y ponerla en pocas manos), para después esperar a que la mano invisible del mercado hiciera una (imposible) distribución social equitativa. El resultado acumulado y sus consecuencias son ya conocidos. El cambio de régimen y su transformación institucional devino necesario. La reforma señalada es, por lo demás, consecuente con lo que la Constitución Mexicana señala en el artículo tercero al considerar a la democracia (así sea en relación con la educación que imparta el Estado) “no solo como estructura jurídica y régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”. Nada más y nada menos.