El salario del miedo (II)

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Hace muchos años, (1954 o 1955), se mantuvo en cartelera de algún cine de la ciudad de México, durante meses, una excelente película francesa con el título de ésta columna, que es probable que, si usted es menor de los 50 o 60 años, no la haya visto, ni siquiera habría oído hablar de ella antes. El caso es que ganó varios premios cinematográficos de aquellos años y si no mal recuerdo, su actor protagonista fue Ives Montand, famoso en esa época. Trataba de los obreros de una mina a cielo abierto, en alguna región selvática del mundo, que utilizaba grandes cantidades de nitroglicerina, material altamente explosivo que tenía que ser acarreado continuamente desde la bodega, a varios kilómetros de distancia, en un camión medio destartalado con plataforma abierta a través de caminos sumamente accidentados, cruzando barrancas y arroyos que aún a baja velocidad, se friccionaban y en ocasiones estallaban, causando la muerte de los operarios. Si los trabajadores de la mina, se negaban a ser los conductores de aquél transporte, se exponían a ser despedidos, por lo que oraban para no ser los designados cada semana para esa tarea. 

La pandemia que tiene paralizada a más de la mitad de la humanidad, refugiada en sus casas, me hizo recordar aquella película por el temor constante en que trabajaban esos obreros, parecido al que ahora estamos enfrentando en México y en el mundo, generado por las advertencias de las autoridades de salud. No salgas de casa, quédate en casa, a menos que sea estrictamente necesario (alimentos, medicinas). Manten la sana distancia, hay escasez de mascarillas, las que llegaron son defectuosas. Los respiradores o ventiladores son muy escasos, son equipos indispensables para salvar la vida de pacientes graves . .etc., etc. 

La malvada pandemia del coronavirus, que, aunque usted no lo crea, fue bien recibiida por el presidente MALO cuando dijo hace días, que le venía “como anillo al dedo”, ha puesto al mundo entero, mejor dicho, a la humanidad, en una situación que era del todo impensable hace solo pocos meses, paralizando literalmente su vida y su ritmo de trabajo,  y entrando a un estado de desconfianza y recelo continuo e insano,  que deteriora la calidad de la vida de miles de millones de seres humanos en todo el planeta, que viven hoy arrinconados, prisioneros del temor al contagio en su propia casa. Y digo desconfianza, porque  intuímos, sospechamos, que no se nos ha dicho toda la verdad sobre su origen y diseminación en todo el mundo.

Porque no se sabe a ciencia cierta por cuánto tiempo más, los seres humanos, tendremos que seguirnos cuidando a un costo inmenso, del riesgo del contagio del COVID-19, al mismo tiempo de que ya se habla de que pueda surgir una nueva y más letal pandemia en cualquier otro momento, cuyo origen, al igual que el del actual, habrá que averiguar y denunciar ante la mirada de la humanidad entera, porque cuesta trabajo entender que con tantos adelantos que hay en la ciencia y en la tecnología, en la bio y en la nano, se pueda haber “escapado” involuntariamente un germen o virus tan peligroso como parece ser éste, que requiere de enormes equipos e instalaciones hospitalarias, que no se tienen en cantidad suficiente en ningún país.  

La situación está verdaderamente de locos, como película de terror, porque en lo sucesivo, no será una guerra nuclear o la destrucción del medio ambiente lo que nos amenace, sino que habrá que cuidarnos y vivir con la amenaza contínua de ser invadidos por un enemigo poderoso, muy destructivo, pero invisible, que serán los nuevos virus que pueden ser desarrollados en cualquier laboratorio con nueva tecnología y diseminados. Por lo pronto, a miles de millones ya se nos ha cambiado la vida y se ha inoculado con el veneno del temor. Hay que vivir con nuevos patrones de conducta. Se nos exige: no visitar, no reuniones, no recibir visitas, no salir de casa, lavar las manos constantemente, usar anti bacteriales, portar tapabocas. Aparte de tener que tolerar el temor permanente por ser contagiado o contagiar a alguien, a la muerte propia o la de algún ser querido, el temor a estar cerca de otras personas, está el de que la falta de respiradores, provoque la muerte de algún familiar o la propia. 

Para acabar de configurar un empeoramiento atroz de nuestra calidad de vida, se añade el temor al futuro de la economía del mundo y aún más, de la del país, por tantos centros de trabajo que cierran, a la falta de agua o de alimentos, etc., etc., también, a las consecuencias que tendrá la baja de las calificadoras a nuestro país, que reducirá aún más la inversión generadora de empleo y aumentará nuestra colosal deuda y a no poder cubrir las fabulosas sumas que tenemos que pagar los mexicanos, solo por concepto de intereses, que ascienden a más de 2 mil millones de pesos cada día. 

Por eso gritamos, exigimos saber la verdad completa. ¿Quién o quiénes son los responsables de esta catástrofe mundial? Los líderes del mundo están más que obligados a decirla, porque ya no podemos ser confinados, como si fuéramos seres irracionales en una jaula. ¡Basta de cuarentenas! Están asfixiando al país y al mundo,  están causando estragos como los de una guerra. Urge que se nos diga cómo fue posible que, en estos tiempos de grandes adelantos científicos, de grandes avances en tecnología, en biotecnología y en comunicaciones digitales, pudo desatarse esta pandemia que casi no causó estragos en China, pero recorre a todo el planeta. 

lujambio06@hotmail.com