Entre la espada y la pared

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Una vez más, una caravana de migrantes provenientes de Centroamérica coloca al gobierno de México ante una irresoluble disyuntiva: impedir su paso hacia la frontera con los Estados Unidos de América o pagar el doble costo de, por un lado la amenaza siempre latente de imponer aranceles de Donald Trump, y de la muy vocal y notoria reacción de muchos mexicanos que no ven con buenos ojos la entrada, tránsito o permanencia de los centroamericanos.

En unos años, la opinión pública ha dado un giro notable y para mí muy triste: de la bienvenida casi incondicional y el apoyo generoso a migrantes, nos encontramos con un rechazo creciente que se expresa en las plazas de las localidades que se han vuelto de tránsito, en los discursos de políticos oportunistas que ven ahí un atractivo chivo expiatorio o una raja electorera, y también en las cada vez menos benditas y cada vez más intolerantes y odiosas redes sociales en las que se da vuelo a prejuicios y xenofobia y también, para ser justos, a justificados temores y preocupaciones.

Continúan, por supuesto, esfuerzos loables para apoyar a los migrantes. Tanto en las rutas como en los albergues o los puntos de cruce fronterizo hay manos y voces activas en defensa de sus derechos, de su dignidad. Pero se enfrentan a una decisión casi visceral del presidente estadounidense, que quiere pasar a la historia como quien puso fin a lo que él llama la “migración descontrolada y masiva”. Y de la mano de esa decisión de Trump está la respuesta casi obligada, forzada, de El Salvador, Guatemala y México para colocar diques a la oleada migrante.

Las posturas al respecto de muchos personajes han cambiado, se han invertido. Algunos que antes abogaban por trato digno y libre tránsito hoy aplauden las acciones de la Guardia Nacional para impedir el paso de las caravanas. Otros, por el contrario, que antes defendían la necesidad de tener flujos migratorios ordenados y una frontera sur controlada ahora condenan los actos de la autoridad.

Como siempre, la verdad no se encuentra en los extremos, sino en algún lugar en el medio de los argumentos facciosos.

México siempre tuvo una política de brazos abiertos a la migración, en parte por sus orígenes y por un imperativo de elemental congruencia: un país que ha orillado a decenas de millones de compatriotas a emigrar y que siempre ha exigido para ellos trato humano y justo no puede tener el cinismo, la cara dura, de ahora volverse cerrojo y mano de hierro ante quienes les toca hoy huir de la violencia, la miseria, la inseguridad de sus sitios de origen. Y para quienes hoy se desgarran las vestimentas por el hecho de que los migrantes  formen caravanas, el simple recordatorio de la absoluta indefensión a la que están sujetos los que viajan solos.

¿Debe México controlar su frontera sur? Sin duda, pero el abandono histórico de esa zona no se resuelve a golpe de contingentes policiacos o militares, sino con políticas de largo plazo de ayuda económica, apoyo logístico y alternativas de vida para quienes se ven obligados a abandonar sus hogares.

¿Tiene México alternativas hoy? Me entristece y me indigna reconocer que no. Dada la profunda asimetría en nuestra relación con EU, nuestra dependencia económica y comercial, Trump encontró fácilmente los tornillos que necesitaba apretar para que sucesivos gobiernos mexicanos le ayudaran a cerrar la llave de la migración centroamericana desbordada.

Me entristece y me indigna ver lo que está pasando. No estoy de acuerdo con la decisión del cerrojo, pero reconozco que no hay en este momento opciones viables, y menos con EU entrando de lleno a su proceso electoral.

Nunca más cierta la frase que da el título a este texto: estamos, como país, entre la espada y la pared.

(Analista político y comunicador)