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Es el imperialismo

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Junio 17, 2025 03:00 a.m.

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Para no pocos intelectuales está en desuso el término “imperialismo” para caracterizar el tipo de dominación que, en el plano internacional, ejerce un país sobre otros países o regiones para lograr su depredación territorial y/o explotación laboral, obviamente jugando un papel central el poder político concentrado en un tipo de Estado con características muy propias, especialmente el uso de la fuerza de manera velada o desembozada como último recurso, ya que antes son ensayados otro tipo de presiones que conllevan un manejo conveniente e interesado de recursos variados, tales como la información, la propaganda, la ideología, la economía y la tecnología. El prototipo contemporáneo del imperialismo es el que ha representado el gobierno estadounidense con sus intervenciones en distintas partes del mundo, señaladamente después de concluida la segunda guerra mundial, a mediados del siglo pasado, cuando desplazó a Inglaterra de ese sitial.

Desde hace tiempo, el reconocido investigador James Petras develó el propósito de buena parte de una intelectualidad orgánica vinculada con la derecha más conservadora, consistente en minimizar o encubrir el fondo del asunto y que no es otro que despojar al análisis político del carácter de clase que subyace a todo ese tipo de procesos de dominación y hegemonía en las relaciones internacionales que, por supuesto, no se reduce a una disputa entre élites gobernantes y sus influyentes asociados financieros (entre capitalistas), sino contra expresiones (organizadas o no) de trabajadores. Una manera de proceder, tal vez sin querer queriendo, es lo que Petras cuestionó en su momento (hace ya más de veinte años) a otro tipo de autores (no precisamente “orgánicos de derecha”, e incluso de cierta izquierda), pero que, sin querer queriendo, caían en ese juego, como el caso de Antonio Negri con su clásico texto “Imperio”, en el que planteaba ya no hablar de imperialismo y estado imperialista porque, según eso, todo el proceso quedaba en manos de empresas anónimas multinacionales y, del lado de los trabajadores todo se reducía a “multitudes” (tenidas, por añadidura, como amorfas y carentes de dirección).  

El caso de la agresión a migrantes, por parte del emperador Donald Trump, para la deportación masiva, tiene que ver, precisamente, con ese propósito, como bien lo refiere Ana María Aragonés: “se trata de disfrazar un ataque a toda la clase trabajadora y generar la idea de que son transgresores de la ley por falta de documentos (cuando constituye una falta administrativa salvable), que las autoridades no solucionan porque así son criminalizados y fácilmente expuestos al castigo de las deportaciones (…) se trata de generar temor para buscar disciplinar a otros y sentir que hay diferencias cuando se trata de la táctica de las elites que divide en estamentos lo que de suyo debería estar unido (la fuerza de los trabajadores)” (en “La Jornada”, 16 de junio de 2025).

Así las cosas, se puede nombrar la realidad de manera distinta o presuntamente innovadora: globalismo, flexibilización, ajuste, etcétera, pero la realidad sigue siendo la misma, parafraseando otra vez a un clásico: “la novedad del nombre no cambia la historicidad del objeto”. El imperialismo sigue siendo la expresión de una relación asimétrica de poder económico y político entre estados en el plano internacional, pero que tampoco se explica únicamente en términos de la dependencia de un país o región sobre otro y otra, sino que tiene que ver con procesos internos de cada país que hacen ese tipo relación y no al revés (ese es otro cantar y tiene que ver con el tema del subdesarrollo, pero será en otra colaboración cuando se pueda abordar).

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