Familia y escuela Capítulo 243: El nuevo alumno
La escuela, desde sus orígenes, era considerada etimológica y prácticamente como un lugar y una estancia dedicada al ocio; y es que mientras que la mayoría de las personas se encontraban realizando labores materialmente productivas como la agricultura, pastoreo y más, otros estaban sentados escuchando a alguien de quien se suponía tenía más sabiduría y conocimientos; a final de cuentas, los primeros fueron reconocidos como “alumnos” y los segundos como “maestros”.
Tal pareciera que, desde sus inicios, la función conferida a los alumnos era simplemente el estar pasivos, sentados y estar registrando lo que el profesor les decía o les dictaba; a este proceso se la ha conocido como enseñanza tradicional y resulta que, al paso de los años, tal pareciera que nada ha cambiado.
Desde luego que ha habido importantes aportes, en pos de buscar romper con la dinámica arcaica de la enseñanza tradicional, algunos de ellos con una antigüedad bastante considerable, como es el caso de Sócrates y su didáctica conocida como Mayéutica, la que no ofrecía el conocimiento de manera directa, sino que movilizaba a los alumnos a buscarlo por cuenta propia, mediante preguntas que provocaban la búsqueda de respuestas, logrando con ello el acceso autónomo al conocimiento necesario y pertinente.
En el mismo sentido, otro movimiento de gran importancia es el conocido como la “escuela activa”, promovido por grandes pensadores empeñados en quitar del centro de la enseñanza a los docentes y en su lugar colocar a los alumnos; estos últimos en una dinámica y ritmos de aprendizaje acordes con las necesidades y características específicas de su contexto, otorgándoles el papel de actor en lugar de un simple y mudo espectador.
Derivado de esta escuela activa, tenemos diferentes instituciones con modelos y técnicas que buscan trabajar bajo la perspectiva de “movilizar” y propiciar en los alumnos la búsqueda del conocimiento de manera autónoma descubriendo, experimentando, buscando e indagando los contenidos, datos y todo lo que necesiten para el desarrollo de ellos mismos o de sus proyectos académicos; es así, que en esta perspectiva, la figura del profesor aparece solamente como un guía y generador de ambientes estimulantes para desarrollar y orientar esta capacidad de actuar.
Sin embargo, tal parece que, de manera general, el imaginario de ser alumno no ha cambiado desde ese primer momento en que se le confirió el estar sentado, quieto y solamente esperando a que alguien que “sabe más” le transfiera conocimientos.
Basta con observarlos, sobre todo desde la primaria elemental hasta niveles profesionales; han estado por tantos años tan condicionados a esa actuación pasiva que de manera natural llegan, se sientan y en automático sacan su cuaderno o libreta y se disponen a registrar lo que un docente les “enseñe” sin siquiera preguntarse o cuestionar el ¿para qué sirve lo que están anotando? mucho menos las formas en que se les pide demostrar su aprendizaje y ya ni hablar de exponer inquietudes, dudas u otras formas de trabajo porque se retrasan los tiempos asignados y programados para esa sesión.
El fruto de toda esta dinámica tradicional, arcaica, incesante y predecible conduce al tedio y aburrimiento de los alumnos y hasta de muchos de los docentes; ambos ya saben cómo se juega este juego: yo enseño, tu aprendes.
Es necesario regenerar la percepción, el rol y la importancia de la figura del alumno, otorgándole la capacidad de crear las condiciones para sufragar sus necesidades académicas y sociales, de forma tal que tenga proyectos y acceda al conocimiento desde diferentes fuentes sin esperar sentado dentro de un aula de clases a que un profesor le diga cómo hacerlo.
El nuevo alumno debe poseer y desarrollar diferentes características que lo diferencie del tradicional: de inicio tiene que reconocer que el conocimiento no solo se adquiere frente a un maestro en una escuela, comprendiendo que existen diferentes fuentes a las cuales se puede acudir para aprender lo que se desee y necesite conocer.
Este nuevo alumno, desde pequeño, en su casa, tiene proyectos que llevar a cabo y busca realizarlos con éxito buscando toda serie de conocimientos y datos que apoyen en su desarrollo; de igual forma, desde esta edad expresan su opinión sobre asuntos y actividades que se realizan en familia.
Además, adquiere y demuestra actitudes de responsabilidad asumiendo el carácter de ser actor de su propio proceso formativo, realizando acciones que van mucho más allá de las que se derivan de un proceso educativo tradicional; indaga, busca y aprende sin que se le solicite u obligue a hacerlo.
La necesidad de tener nuevas experiencias y aprender cada vez más conocimientos, supera la simple y mera obtención de un número que representa una calificación que lo proyecta como aprobado o no en una materia específica.
Sus actividades incluyen el cuestionar y expresar dudas, aportar ideas y comentarios, proponer proyectos y participar activamente en su desarrollo; callar y aprender cuando hay que hacerlo.
El nuevo alumno ya no debe ser esa persona que minimiza sus capacidades, reduciendo su actividad a solamente sentarse cómodamente inmóvil, escuchando y anotando lo que se proyecta en una diapositiva o lo que un docente habla, para únicamente regresarlo en un examen y se acabó, ya fuiste “alumno de excelencia”.
El nuevo alumno se crea desde el hogar, en el ambiente familiar, porque al llegar a la escuela ya es demasiado tarde.
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