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Familia y escuela Capítulo 266: Los eternos maestros y educadores

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Mayo 14, 2025 03:00 a.m.

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El denominar “Eterno maestro y educador” no es en referencia a seres mitológicos o personajes que con su don divino permanecen impasibles ante el paso del tiempo, siendo venerados y evocados para recibir su consejo o apoyo, además de seguir fielmente su doctrina y enseñanzas.

En esta ocasión me refiero a seres terrenales y finitos, falibles y perfeccionables; personajes que dedican su vida profesional a la docencia o que tienen a su cargo personas en diferentes actividades laborales, sociales y hasta recreativas; incluyendo también a aquellos que adquieren la enorme responsabilidad de encauzar la formación de los hijos en una familia.

Los profesores y profesoras de cualquier nivel educativo, al ejecutar su labor de manera técnica y pedagógica, vaciando en las mentes de sus alumnos los conocimientos contenidos en planes y programas de estudio con los mejores y más actualizados recursos; por más que lo hagan a la perfección, estarán confinados a que, en el mejor de los casos, esos conocimientos duren en sus pupilos un tiempo considerable si los necesitaron aplicar, pero la mayoría, se perderá ante el paso del tiempo.

Muchos de los docentes creen que su función al ser desarrollada de esa manera técnica, están cumpliendo cabal y profesionalmente con su labor; sin embargo, lo único que logran es tener a sus alumnos más preocupados por intentar retener y regresar en una evaluación todos los conocimientos adquiridos, en señal de que aprendieron.

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Es en este momento que su labor se vuelve fría, aburrida y hasta improductiva; pero más importante aún, su persona se irá desvaneciendo cual fotografía con revelado antiguo, pasando de blanco y negro a un tono sepia, para posteriormente ir desapareciendo en su totalidad entre escala de grises.

Para maestros y maestras que en este trance comienzan a desaparecer de la memoria de sus alumnos, equivale a que los primeros no aprovecharon la oportunidad de trascender más allá de los meros conocimientos teóricos, ofreciendo y reconociendo que, para el proceso de enseñanza y aprendizaje, se ponen en juego muchos más elementos de su persona como ser humano, otorgando con acciones y palabras el generar confianza y seguridad, formas de resolver conflictos de manera asertiva, toma de decisiones con justicia; otorgar el apoyo y escucha activa a todos y cada uno de ellos, ejemplos de inclusión, resiliencia y muchas otras habilidades, valores y costumbres tanto o más valiosas en un aprendizaje para la vida.

Los alumnos recuerdan, aprenden más y les queda grabado de por vida aquellos maestros y maestras como personas y seres humanos que de los conocimientos que les impartieron.

Para el caso de los padres de familia, no basta solamente con hacer que los hijos cumplan las reglas y normas impuestas socialmente o las que se aplican de manera particular en cada familia, esto solo abarcaría una mínima parte de todo el proceso formativo.

La verdadera labor educativa en las familias, esa que se queda para el resto de la vida en cada hijo e integrante del grupo, se gesta todos los días y se encuentra conformada por todas las acciones, lenguajes, costumbres, consumo cultural, formas de alimentación; actos de apoyo moral, psicológico, económico y hasta espiritual.

Cada una de estas formas educativas que se generan en los hogares son verdaderas lecciones cotidianas y, sobre todo, las que son concebidas como: educación para la vida, quedan plasmadas en las mentes de los hijos y éstos, a su vez, las reproducirán con los suyos en una incansable sucesión eterna.

Somos seres mortales con un destino encaminado hacia la finitud, así que la única forma de permanecer eternos, para siempre en la mente y en la vida de quienes nos sucederán, es la educación y la formación que propiciamos, durante las clases magistrales que sostuvimos en un aula escolar, un hogar, un lugar de trabajo, convivencia o recreación; incluso, durante nuestro tránsito por los universos virtuales y todas sus formas de navegación por sus diferentes plataformas y aplicaciones.

Por cierto, no hace falta tener título, ni poseer la gran riqueza o ser un personaje que deambula solicitando apoyo por las esquinas, ni ser demasiado joven ni demasiado viejo. Todos somos educadores y nos volvemos eternos cuando alguien recuerda nuestras enseñanzas.

Siempre, siempre seremos los eternos maestros y educadores.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx