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Justicia dinámica

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Septiembre 10, 2024 03:00 a.m.

A

Agnes Heller, reconocida escritora húngara, se refirió así a un tipo de justicia que, por oposición a una justicia estática y excesivamente formal, se contrasta con la realidad social imperante para actuar en consecuencia, como una suerte de postulado que impulsa una acción orientada por principios y que, por su mero ejercicio, implica ya un deber consigo mismo y con los demás, especialmente con los más débiles, ya que no es lo mismo igualdad (formal) de oportunidades que igualdad (real) de condiciones y, en última instancia, “la vida buena está más allá de la justicia”.

Una suerte de justicia dinámica ha sido el motor de las transformaciones institucionales que se han presentado en la historia de nuestro país y que precedieron a la actual, desde la primera revolución de independencia en 1810, pasando por la revolución de Ayutla en 1854 y la revolución mexicana de 1910. En cada uno de estos grandes movimientos transformadores se tuvo como punto culminante una nueva Constitución, como ocurrió sucesivamente en 1824, 1857 y 1917. Con la Cuarta Transformación no sería la excepción, así sea que, ahora, la revolución sea de conciencias y los cambios constitucionales tenidos como postulados necesarios para contar con más y mejores condiciones de igualdad social, entendiendo que son procesos siempre inacabados, por tanto dinámicos, siempre liberadores de cualquier condición de sujeción. 

Pero la justicia dinámica es también, siguiendo al escritor Eduardo Mosches, justicia poética cuando se pregunta sobre la necesidad de “juzgar a los injustos”, porque pareciera que no hay manera de ir, más allá de la justicia estática y formal, a zarandear el árbol de moras en que suele traducirse la peculiar moral que impulsa el actuar de ciertos juzgadores, léase ministros de la Suprema Corte. Un botón de muestra de ese actuar es el caso de la consulta que se promovió para juzgar a los expresidentes Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, en 2021, y que, aunque declarada constitucional por los ministros de la Suprema Corte, se condicionó a cambiar el texto de la pregunta que se formularía a la ciudadanía, eliminando los nombres de los expresidentes y dejando como texto un verdadero galimatías.

Una justicia dinámica tampoco puede dejar de analizarse, en un medio como el nuestro, con implicancias de clase porque, por definición, las revoluciones en el actuar objetivo y subjetivo de una mayoría agraviada se orientan a derruir los privilegios insultantes de unos cuantos. Tan insultantes pueden ser los privilegios que ostentan ciertos personajes que se sienten intocables, que las reacciones de defensa de los mismos suelen rayar en lo grotesco: desde pedir que, a falta de pan, los hambrientos pobres “coman pastelillos”, en la célebre frase atribuida a la reina María Antonieta en la época de la revolución francesa de 1789, hasta el llamado actual de una senadora de oposición por el estado de Aguascalientes que, así nomás, pide “agarrar a chingadazos” a los legisladores que voten a favor de la reforma judicial.

En fin, la presente semana es crucial para el desenlace que tendrá la iniciativa de reforma judicial. Como bien lo plantea Jorge Zepeda Patterson, sea cual fuere el desenlace, no será la catástrofe para uno u otro bando con todo y polarización alcanzada, pero sin duda será el empuje para mejorar lo que hoy está descompuesto en las altas esferas de un poder del Estado reacio al cambio.