La mosca y el GOP

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El momento estelar del debate de hace una semana entre candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos ocurrió cuando una mosca decidió posarse sobre el peinado del vicepresidente Mike Pence. Pero más allá de la viñeta viral y los memes que detonó en redes sociales, fue una metáfora de lo que le ha ocurrido al Partido Republicano desde que Donald Trump se erigió candidato de su partido en 2016. Encarna un momento premonitorio de la putrefacción que se ha expandido al interior de uno de los dos partidos políticos estadounidenses centenarios, uno que fue —más allá de que coincidiéramos o no con sus principios y premisas— un referente para muchas otras organizaciones partidistas alrededor del mundo durante buena parte del siglo XX.

Y es que el partido de Lincoln y Reagan, los dos grandes íconos del partido, no existe más. Un partido básicamente responsable de centro derecha, con posiciones conservadoras —más generalmente no extremas— en temas sociales, de política económica y fiscal y de política exterior y defensa nacional, a favor de la migración y de una nación inserta en y liderando el andamiaje internacional, es hoy un partido del agravio blanco. En él pululan —con honrosas pero contadas excepciones— una colección talibana y tóxica de nativistas, xenófobos, racistas, supremacistas blancos, misóginos, agitadores y generadores de las más descabelladas teorías de conspiración, adalides de los hechos alternativos, aislacionistas provincianos y luditas anticiencia. El operativo desarticulado la semana pasada que pretendía secuestrar a la gobernadora Demócrata de Michigan por parte de grupos de milicias de extrema derecha, intoxicados con los llamados de su presidente a confrontar a funcionarios electos que ante la pandemia han impuesto medidas de distanciamiento físico y cierre de la economía, es un botón de muestra de los demonios que el mercachifle de carnaval convertido en presidente ha alimentado, soltado y validado. Ante la dinamitada que ha hecho Trump de los principios y preceptos más básicos de la investidura presidencial, del discurso público y las normas políticas estadounidenses y del uso faccioso, cleptocrático y nepotista del poder, el GOP ha perdido su columna vertebral y su sentido de norte. Su sicofancia deplorable, exhibida a lo largo de estos casi cuatro años, parece ya norcoreana. Vaya, por primera vez en la historia del partido, los Republicanos llegaron a su convención nacional este agosto pasado sin un manifiesto político y una plataforma de políticas públicas: la plataforma hoy es el Gran Líder y lo que diga el Gran Líder.

La metamorfosis del GOP ciertamente no empezó con Trump, pero la descomposición sin lugar a duda ha hecho metástasis con él. Como se lo subrayé a muchos amigos republicanos en Washington en las postrimerías de la elección presidencial de 2016, ¿cómo es posible que uno de los dos partidos estadounidenses parece haber olvidado las lecciones que nos dejó la historia reciente del mundo acerca de lo que ocurre cuando un demagogo chovinista y xenófobo es electo al poder vía las urnas? La reconstrucción del GOP, en caso de perder Trump, será una tarea ardua, pero necesaria para la salud democrática de Estados Unidos. Pero si Trump se reelige, las moscas, como plaga de Egipto, no solo descenderán sobre el cadáver del GOP; serán la señal de que algo más que un partido político está pudriéndose en el país.

(Consultor internacional)