La pequeña patria

Don Luis González y González ha sido llamado por Héctor Aguilar Camín “el mayor historiador de nuestra Historia”. Muchos coinciden con él. La grandeza de González y González proviene, sin embargo, de su obsesión por la aparente pequeñez de los pueblos mundanos, los que tienen cuatro calles y nunca han librado batallas épicas.

Casi para finalizar la década de los sesenta y durante un año sabático que sus colegas tacharon en principio como un reverendo desperdicio, Don Luis volvió a su pueblo natal, San Juan de Gracia, Michoacán, para escribir sobre la nada de su origen. Así nació “Pueblo en vilo” y con él, la Microhistoria. Aguilar Camín -de nuevo- ha dicho que la obra demuestra que “es posible reunir la expresión literaria y la revelación histórica.” San José de Gracia es un Macondo que puede visitarse.

Al nacer la Microhistoria, González y González obligó primero a los historiadores nacionales y después a los del mundo, a voltear la vista a los pueblos, porque México “es un país de entrañas particularistas que revela muy poco de su ser cuando se le mira como unidad nacional”.

Ahí, coincidía en cierto sentido con su propio maestro, Daniel Cosío Villegas, que señalaba la dificultad de aprender, fuera de la historia monumental, una historia social “donde cuenta el grupo o la colectividad, donde desaparecen los caudillos militares y políticos y la sociedad se convierte en el gran personaje de la tragedia o la comedia histórica”.

En la Microhistoria se revelan las entrañas de los pueblos, de los municipios, de la patria o mejor dicho, de las patrias chicas. Al paso del tiempo González y González designaba a este enfoque como el del “mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre, es decir, de la familia, del terruño.

Es la historia matria.” Es entonces en el prisma que se refleja desde lo local, el lugar donde se integra la tierra, la persona, el pasado, la que entiende plenamente el futuro únicamente como producto de las acciones (aparentemente pequeñas) de lo que hacemos justo hoy.

Precisamente por lo mismo, los ejes de transformación no son los que nacen de la visión única y totalitaria de la centralización y la uniformidad, sino de la relación y la dinámica de cada pequeña patria o matria, como se quiera decir. Entonces, y sólo entonces, el sujeto del pueblo se convierte en agente de la historia, en eje de cambio, en responsable del presente. Es cada individuo ordinario el que toma en sus manos el futuro, no el gran héroe nacional, ni la persona fuera de serie, sino aquél que tiene a su alrededor al “conjunto de familias ligadas al suelo”, como lo puso el maestro.

Sin embargo, la visión particularista de González y González no era ni simplista ni aislante; sino más bien un urgente llamado para apreciar a detalle la complejidad de las regiones y tomar en consideración la propia geografía, la economía, la antropología, las ciencias políticas, la cultura, la organización social. Por eso, quizá antes de que estuviera de moda, Luis González fue un creyente en la transversalidad de las ciencias y un impulsor involuntario políticas públicas multidisciplinarias.

Hay en lo regional un registro de lo individual, pero también un re-conocimiento de los otros: un ejercicio de verse en el pueblo de enfrente, de saberse en común-unidad (comunidad) con el que está a kilómetros y asumirse como una muestra de México, como lo plasmó en su obra.Resulta ahora pertinente hacer presente el pensamiento de González y González, de Cosío Villegas pero también de Luis Villoro, de Edmundo O’Gorman y enfrentarlo al México de hoy.

Hace poco menos de medio año, las empresas LEIXA y GAUSSC dieron a conocer la actualización de un estudio realizado en el año 2010. En aquél entonces, el estudio se tituló “Mexicano ahorita, retrato de un liberal salvaje”. El proyecto pretendía responder qué sueñan los mexicanos, a qué aspiran, qué repudiaban de su país, qué añoraban.

Pero también cómo se definían de cara al futuro y cómo entendían el pasado. En ese entonces, las respuestas mostraban a mexicanos que comenzaban a desarticularse de los otros, de pensamiento liberal, pero sin rumbo definido. Salvajes, como decía el estudio.

Ahora, los resultados muestran a mexicanos que creen más en sí mismos que en el país en el que viven, con un enojo creciente y un marcado sentimiento de abandono por parte de las autoridades. Afirmaron “pasar la vida como pueden”, “jalar para su propio santo”. Sienten que el país les sale debiendo.

Las tragedias son un paréntesis donde aflora el altruismo y la solidaridad, pero éstas son únicamente excepciones a la regla. No hemos encontrado tampoco la manera de articular un sueño común, ni de superar las marcadas diferencias en la interpretación de la realidad. No logramos, todavía, ver la diversidad de ideas como una fortaleza, sino como un punto de quiebre.

Así, la máxima “mi patria es mi familia” se vuelve una especie de mantra. Tiene sentido si, trayendo a cuento a otras encuestas (me refiero al índice de Percepción de Corrupción o a Latinobarómetro, ambas dadas a conocer este año) desconfiamos de otros y nos percibimos invadidos por diversas formas de corrupción fuera de los espacios íntimos.

A primera vista, la lectura de estos datos podrían interpretarse como la derrota del espíritu comunitario, de la solidaridad nacional y de la tolerancia como fortaleza. Sin embargo, esto resulta erróneo a la luz de la Microhistoria, ya que donde se ve pérdida de sueños comunes, está más bien, la oportunidad de reencauzar la visión de estado, pero partiendo no de un abstracto centro generalizador, sino desde la perspectiva regional y municipal. Porque ahí está el espacio común de los mexicanos: donde habita su familia, donde pasean por las calles y se topan con gente que conocen.

Desde el punto de vista de la Administración Pública entendida como el puente de unión entre ciudadanos y gobernantes, la perspectiva microhistórica llama a todos los que formamos parte de ella, a generar políticas públicas desde lo local y con base en ello, establecer el andamiaje que construya partiendo del espacio más íntimo, un concepto de nación en donde vuelva a haber identificación de lo que nos une, reconocimiento del otro y lugares donde las ideas diversas no sean amenazas, sino fuente de fortaleza.

Sería aventurado establecer este período de la historia como inédito. Este país ha sufrido –y quizá sobrevivido- varios partos. José Emilio Pacheco lo concibió bien y lo escribió en contundentes letras en su poema Alta Traición: El fulgor abstracto de la patria es inasible, pero uno bien podría dar la vida por tres o cuatro ríos, diez lugares suyos y cierta gente. Quizá valga la pena recontar esos ríos y reconocer a esa gente, porque hoy nos estamos necesitando como hace mucho no lo hacíamos.