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La teoría de las cuerdas

Por Alfredo Oria

Septiembre 06, 2024 03:00 a.m.

A

A menudo se ha condimentado este espacio con un azafrán que pinta a la obra enológica con tono, aroma y sabor de arte grande. Si tu tolerancia alcanza, caro lector, para imaginar una legitimación del vino en estos términos, me acompañarás entonces en este atrevimiento de relacionar la experiencia estética que procede del consumo de ciertos jugos de uva fermentados con la que el receptor de las artes canónicas tradicionalmente reconoce, y estas dos experiencias, con un modelo de física teórica que fue revolucionario.

Si no rechazas la consideración de que una copa de gran vino puede hacer reflexionar sobre preguntas humanas transcendentales y es capaz de enseñarnos algo sobre nosotros mismos y sobre el universo, entonces, primero, enhorabuena, y luego, si no la has hecho ya, te instaría a crear ligas interdisciplinarias, a relacionar emociones e imaginarios, al menos dos, o a encontrar la asociación entre más de un par de manifestaciones artísticas, teorías o vivencias. Hoy intentaré adobar tal cosa a partir de una inspiración singular, la que ofrece la música perfumada de vino y la de éste aromatizado por aquélla. 

Javier Peña Dorantes es al piano flamenco lo que Paco de Lucía a la guitarra. Un genio renovador --cuasifundador-- de una tradición y, a la vez, su mejor intérprete. Los dedos del sevillano andan por las teclas --y por las cuerdas del piano también, que pulsa como si fuera el instrumento del algecireño-- como anda su música del jazz a la música latinoamericana al flamenco: con una gracia, una precisión y una profundidad que sobrecoge.

Marina Heredia es una cantaora granadina en la plena madurez de sus cuarenta y pocos años. Atesora pureza, solera, pero sobre todo esa elegancia única y maravillosa que asociamos con un vino clásico. La potencia y el refinamiento de su voz vibran sobre el aire como el líquido púrpura de un gran vino baila desde la copa hasta nuestros sentidos: es el milagro de un equilibrio mágico, el del poderío que le marca el compás a la sutileza, el de la sinergia que constituye cada filamento del cosmos. El talento de una, más el del otro, se concatenan de tal manera que van construyendo un efecto potenciado, como en un maridaje perfecto.

Lo que el vino a mí me ha enseñado, entre muchas otras cosas, es el verdadero valor de los estilos. El carácter varietal, el conjunto de características que mientras escuchaba a Dorantes y a Marina nos ofreció un vino potosino sublime, pleno de calidad y de autenticidad, verdadero arquetipo y excepción entre sus congéneres, alargó y profundizó la experiencia, pues, a partir de las correlaciones, el disfrute resultó amplificado exponencialmente. El estilo reunido en los estilos únicos y a la vez tradicionales de estos artistas, junto al estilo a la vez clasicista y original del Pozo de Luna Syrah 2016 fue mucho más que la suma de sus factores.  

La teoría planteada en los años setenta del siglo pasado por los físicos Scherk y Swartz, que propone que el universo no está construido esencialmente por partículas, sino por estados vibracionales, por relaciones entre cuerdas o filamentos, puede servir de analogía para sazonar la idea vertida en estas líneas: las emociones que producen una obra de arte musical y una vinícola comparten substancia, la energía que transmiten artistas de la talla de este par calan tan hondo porque tañen las mismas cuerdas que constituyen al ser humano y a su universo.

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