La verdad inconveniente de los debates políticos en México
La función de los debates públicos entre candidatos es ser un pilar del ejercicio democrático. Es obvio que la realidad es otra en México y en San Luis Potosí.
Los debates deberían ser escenarios donde las propuestas y habilidades de los candidatos se mostraran ante el público. Es de esperarse que, a través de este intercambio, los votantes pudieran evaluar no solo las políticas sugeridas sino también la capacidad de liderazgo, el manejo de la presión y la integridad de los aspirantes a un cargo público.
Sin embargo, la realidad dista mucho de esta idealización. Los debates en México suelen estar tan rigurosamente estructurados y regulados por normas rígidas que reducen estos eventos a meros recitales de discursos previamente ensayados, normalmente de ataque y denostación a los contrincantes, más que a verdaderos intercambios de ideas.
Esta falta de autenticidad resta valor al debate como herramienta de evaluación electoral, limitando severamente su capacidad para influir en el electorado. La polarización política y la desinformación juegan roles cruciales en minimizar la eficacia de los debates. La tendencia de los partidos y candidatos a enfocarse más en desacreditar a sus oponentes que en discutir sustantivamente sus propuestas desplaza el foco de los temas importantes hacia un espectáculo mediático que a menudo culmina en desencanto y apatía entre los votantes.
En la era digital actual, donde las redes sociales tienen un papel predominante en la formación de opiniones, los debates tradicionales pierden aún más su impacto. Los jóvenes, en particular, optan por informarse a través de plataformas digitales que favorecen los clips cortos y las narrativas simplificadas, dejando poco espacio para las discusiones profundas y detalladas que deberían prevalecer en un debate.
Por lo tanto, existe una necesidad urgente de actualizar el formato del debate si queremos seguir utilizándolo como parte del proceso electoral. Fundamentalmente, se deben realizar cambios para que las interacciones entre los candidatos sean más fluidas y menos programadas para que puedan responder de manera espontánea y profunda, en sintonía con las necesidades de un público cada vez más informado y perspicaz.
Además, es vital que los moderadores de estos debates sean independientes y estén capacitados para conducirlos de una manera que fomente una discusión sustantiva en lugar de una confrontación abierta. La selección debe ser transparente y no partidista, con criterios establecidos para garantizar su imparcialidad y capacidad para gestionar conversaciones políticas complejas.
Otro aspecto que merece atención es la cobertura mediática de los debates. Los medios de comunicación deben evitar reducirlos a simples titulares sensacionalistas o a la mera transmisión de ataques entre candidatos. Es esencial que los análisis post-debate profundicen en las propuestas y no solo en quién “ganó” o “perdió” el intercambio según criterios superficiales y propagandísticos.
Un enfoque que podría explorarse es la implementación de formatos más abiertos y participativos, donde los ciudadanos tengan la oportunidad de hacer preguntas directamente a los candidatos. Esto no solo aumentaría la interactividad del debate, sino que también serviría para reconectar a los ciudadanos con el proceso democrático, haciéndolos sentir parte integral del mismo y no meros espectadores.
Y no es hilo negro, a ese formato se le conoce como “hall town meeting” y fue empleado en dos mil dieciocho en la elección presidencial en México.
Una última cuestión: los ausentes en los debates.
Hay candidatos que no asisten a estos ejercicios, argumentando que, al ir a la cabeza de las preferencias, no tienen necesidad de arriesgarse a la confrontación.
En lo personal creo que un candidato que elude los debates es desconfiado, arrogante, desinteresado por el electorado y temeroso. Que demuestre las tablas y no se esconda tras ellas.
@jchessal




