Membresía
En algún momento todos perdimos el rumbo. Recordemos aquellas épocas donde si necesitábamos cereal para desayunar en la casa, íbamos a la tienda y teníamos, a lo mucho, unas 5 o 6 opciones. Ahora, uno puede caminar pasillos de quince metros y encontrar cereales de todos tipos de tamaños, colores, sabores y precios. Desde los más económicos, hasta unos que cuestan lo mismo que un kilo de carne. No me malentiendan, no estoy en contra de las opciones para desayunar con lechita, pero no entiendo en qué momento nos volvimos tan sofisticados que podemos pagar casi $300 por granos y pasitas, y, sobre todo, por marcas que en realidad no son nada, mas que lo que nosotros les otorgamos que sean.
Hace poco leí que en cierta tienda elegantísima de la Ciudad de México, un par de persona se habían robado unos tenis. La verdad no se me hizo la gran nota, pero cuando me enteré del precio de del producto, quise creer que estaba mal tecleado o que yo me había equivocado al leer: el precio era 1.2 millones de pesos. Lo que cuesta un departamento, o una casa pequeña en San Luis. Luego, me enteré que los tenis en realidad no son tenis, o al menos no de los que uno usa para caminar, sino que es una escultura de madera con forma de tenis, que recrea el calzado deportivo de Louis Vuitton por Nike Air Force One. Los tenis de madera estaban en una tienda donde venden productos de alta gama y eran exhibidos entre varias prendas, como por ejemplo tenis reales, de los que sí pisan la calle, con precios entre los $55,000.000 y $100,000.00.
Ahora bien, si se exhiben tales productos, es porque las personas están dispuestas a pagar tal precio por el calzado. O por pagar el precio de una vivienda, por una escultura con los logotipos de dos marcas. Esto segundo, aunque no lo comparto, lo entiendo. Ahí está el caso de la sopa Campbell y Andy Warhol, cuyas pinturas se valúan en millones de dólares.
Sin embargo, cabe preguntarnos en qué momento otorgamos a una marca el valor exorbitante como para querer entregar miles de pesos, por productos que, a fin de cuentas, no son mas que ensamblajes de cuero (si bien nos va) hilo y plástico y que aparte nada más servirán para rozarlos con el cochinera de las banquetas. Claro, no negamos el hecho de que varios productos de marcas acá bien elegantes, sí tengan una relación directa entre precio y calidad, pero, viéndolo objetivamente, gran parte de esos productos fundamentan sus precios en percepciones. Lo que se nos vende, es la idea de pertenecer a un selectísimo grupo de pudientes que se reconocen por portar logotipos como los de los tenis de madera. Sin embargo, el costo real e incluso el sobreprecio que se puede generar para que el fabricante obtenga una ganancia, no es otro mas que el que cada uno esté dispuesto a generar. Por eso tenemos cereales de $300 pesos. Lo que estamos pagando, no son hojuelas de maíz, o tenis, sino membresías.
En estos días detuvieron ya a una de las personas que robaron la escultura de los tenis. Es una chica muy joven, y queda por detener un cómplice, hombre, que sirvió para distraer a los empleados. Queda claro que ellos también han entendido el valor de las membresías. No queda mas que suspirar.