Narciso y otros mitos

¡Ay, cuerpo miserable, es el tiempo de unirse!...
Inclínate... y bésate. ¡Tiembla en todo tu ser!
El inasible amor que tú me prometiste
Pasa y, en un temblor, quiebra a Narciso y huye...
La muerte de Narciso, Paul Valery

De seguro todos (je, como si fueran muchos) quienes leen estas líneas vieron o supieron que esta semana la revista ¡Hola! le dedicó a Yalitza Aparicio su portada y una entrevista plena de fotos. La actriz que hoy ganará un Óscar (espero) por Roma (que ganará diez premios, espero) ha venido a develar que nos falta mucho para manejar ideas, palabras e impulsos, que seguimos inmersos en cánones dictados por Occidente. La imagen de Yalitza en la revista de “notas de los famosos, moda y belleza”, blanqueada, adelgazada y crecida en estatura, fue compartida, criticada y a veces defendida con comentarios del tipo “no me ayudes, compadre”.
El cuerpo, propio o ajeno, debería ser fuente de conocimiento y de placer, pero sigue causando vergüenza, traumas, burlas, rechazo o discriminación. Pareciera que basta un pantone más o un centímetro de más (en el peso) o de menos (en la estatura) para descalificar o discriminar. El cuerpo es política y significado, es campo de lucha del poder y alegoría. Y es nuestro, o de ella o de él, y hay una mente en cada uno.
Que si ella aceptó, que si la revista lo hizo sin consultarla, que si todos usamos filtros, que exageraron con los retoques de photoshop… de todo, pues.
Todos somos o hemos sido narcisos en las redes. Ya la elección de determinada foto o los momentos que queremos dejar en imagen fija es un reflejo de cómo nos vemos o cómo queremos que nos vean hoy o dentro de cinco años, o dentro de 20, si aún existen las redes sociales.
Y esa imagen está constreñida a las ideas impuestas de belleza, de “atracción”, lo que da pie a patologías como la gordofobia o la anorexia. Las tiendas de ropa, sobre todo “de marca” no ayudan a resolver estos problemas, al ofertar tallas que no suelen quedarle a buena cantidad de usuarias y usuarios. No ayuda la promoción constante de productos para blanquear la piel o “disimular las lonjitas”.
Opiniones interesantes y valientes fueron emitidas también esta semana por la actriz Jameela Jamil, una de las protagonistas de la serie de comedia y filosofía The Good Place (que recomiendo ampliamente). Al morir el diseñador Karl Lagerfeld, “Tahani” criticó su misoginia y gordofobia, y lanzó una petición de firmas para que las “celebridades” no anuncien productos “milagro” (pueden firmar en change.org).
Hay miles de filtros que desaparecen arrugas, quitan papada o panza, aclaran la piel, nos alargan la cara o hasta nos ponen chapitas y orejas de gato.
El que esté libre de filtros que tire la primera piedra.
Yo, como aprendiz de photoshop, confieso que he quitado kilos o arrugas. Una vez hasta al novio quité de una foto de bodas, y el brazo de la novia quedó apoyado en un bonito jarrón. Cada quién sus recuerdos.
La fotografía según la semiótica estaba dividida en retrato e instantánea, es decir, lo posado y lo “espontáneo”, lo periodístico. Pero no es tan sencillo. Hoy casi todo mundo carga la cámara en el teléfono, y la saca a la menor provocación, para bien o para mal. Aparte de cualquier pulsión que mueva al fotógrafo, en cualquier caso es vital su necesidad de apropiación de la realidad, la búsqueda de su propio placer. Esta idea del placer propio, de cierto egoísmo de quien toma la fotografía no por arte sino por afición es de Roland Barthes, quien también consigna la idea de que tomar imágenes con una cámara en viajes o en reuniones es una firma en una sociedad sin artistas, “en la que todos, sin embargo, firmarían los objetos que les causan placer”.
Basta a veces recortar la foto para que no se vea una persona, o copiar el tipo de letra de un tuit para crear una noticia falsa.
La cuestión es, con tantos filtros, ¿seguimos siendo? Lo filtrado ya no es lo mismo, sea agua o una imagen. Si la imagen ya no se parece aunque “afuera” sigamos tratando de mantener nuestra personalidad, ¿no es contradictorio?
No tengo conclusiones, es un fenómeno que me llama la atención, como ese saber cómo me ven los demás, cómo me leen.
Antes, el artista plástico o el fotógrafo hacían de Mefistófeles: otorgaban la juventud eterna. Como Medusa, volvían a alguien de piedra (de óxido de zinc, o bien de plata sobre gelatina). Hoy quien retrata suele ser el retratado, trocándose en el inverso de Dorian Gray.
Lo dijo bien el maestro Gabriel Figueroa en uno de los talleres que dio en El Colegio de San Luis el año pasado:

“No es posible atribuirle el valor de verdad a la fotografía. La verdad no importa sino su mayor o menor grado de veracidad. La imagen es una ilusión, una imagen que yo quiero crear bajo preceptos estéticos, pero también éticos”.
“Las fotos necesitan interpretaciones. Dar espacio al observador para que complete la imagen con la ilusión de realidad. El pintor se enfrenta al lienzo en blanco, mientras el fotógrafo quita cosas del entorno, recorta”.

Tratar de aceptar el equipo corporal con que venimos al mundo a veces no es fácil ante las presiones familiares, escolares y de los medios. Pero hay que aceptarlo y ver que suele ser funcional, bello, que produce y recibe estímulos, que se puede comunicar de una forma u otra.
Digo, hay que amarnos (a nosotras mismas y a las demás personas). Cada cuerpo es a su manera fascinante. Como las mentes, a pesar de todo.
Yo casi no me tomo fotos.
Mi filtro suele ser de signos negros sobre fondo blanco.

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