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Ni todo el amor

Por Yolanda Camacho Zapata

Julio 16, 2024 03:00 a.m.

A

Los dramas adolescentes son tan importantes como las tragedias de los adultos. No sé en qué momento se nos ocurrió decir que aquello que pasa en la juventud no es importante justamente porque pasará; cuando lo cierto es que lo que se siente es genuino, sin importar la edad que uno tenga. 

Hace algunas semanas platicaba con, llamémoslo Rafa, un adolescente que conozco desde hace varios años y que ha entrado ya al Club de los Corazones Rotos, sintiéndose miembro fundador. Conoció a, digámosle Alma, en los pasillos de la Secundaria y lo suyo no fue un amor a primera vista. La comenzó a tratar justo en el momento que ella estaba en la cima de su relación con un afamado futbolista de la selección de la escuela que, cabe destacar, la trataba como sus patas. A él le gustó el espíritu  rebelde de la chica,  “-De James Dean-”, dije yo, y Rafa se me quedó viendo sin entender nada. Tuve entonces que explicar quién fue el rebelde actor de cine que murió rápido. La relación con el Lamine Yamal tunero terminó pronto y Rafa vio su oportunidad. Así, comenzó a llenarla de lo que el otro no le daba: flores, tarjetas, chocorroles en los recesos, le pagaba las idas al cine, las tapiocas en la plaza. Salió con ella  hasta que justo en el momento donde le pidió ser su novia y ella le dijo que no, que muchas gracias, dejando a Rafa con un maltrecho corazón, la cartera vacía y una membresía de ingreso al mundo de los descorazonados. 

Pensé entonces en cierta chica que conozco. Salió con Javier por un par de años. Vieron que la cosa iba en serio y comenzaron a planear casarse. Ella se embarcó en crédito de un carro que usaba él, además de que sacó una tarjeta de crédito adicional para su futuro marido. Él gastaba como si fuera rico, aunque tenía un trabajo normalito, nada de lujos. Pero claro, el amor compensaría todo. Él era bueno para la cocinada, así que decidió dejar su trabajo y embarcarse hacia el mundo emprendedor, por lo que compraron a crédito un carrito para el emprendimiento y un par de enseres necesarios para equiparlo. Luego, comenzó a trabajar, o bueno, a abrir unos días sí, otros no. Incluso llegó a comerse la materia prima, porque  ¡ups! dejó el carrito cerrado. ¡Chin! Al entrar en estos temas, Lucía, se dio cuenta que la cosa no iba a funcionar si la relación no era pareja. Se quedó con un montón de deudas y le costó trabajo que Javier le devolviera los carros (el de transportarse y el del negocio). Trató  que su ex le pagara por lo menos parte de lo que debía en tarjetas y finalmente la venció por cansancio: sigue pagando lo que Javier compró con singular alegría en Liverpool. 

Tanto Rafa como Lucía pueden afirmar haber vivido lo mismo, cada uno a su nivel. La fortuna de  un adolescente bien puede medirse en número de bebidas de tapioca que pueda comprar, así como un adulto bien puede medirlo en el límite de su tarjeta de crédito. Los dos con el bono adicional de tener un corazón roto pendiente de sanar. 

Rafa me pidió que le explicara qué significaba aquello de que a las parejas  ni todo el amor, ni todo el dinero. Sus adolescentes ojos se abrieron como plato cuando acabé mi didáctica exposición para después decir “-Pues tiene sentido. No me vuelve a pasar. O sí. Pero pues ya la pensaré mejor-“  Creo que va a estar bien.