En las últimas semanas hemos visto con mayor frecuencia el retorno de actividades en oficinas, restaurantes, plazas comerciales, transporte público, comercio informal y las tiendas de barrio. En muchos casos, ha sido un regreso obligado, más por el factor económico que por deseo propio, puesto que los números de contagios y fallecidos por la pandemia no son para cantar victoria, y mucho menos para reducir las medidas de prevención sanitaria, como el #QuédateEnCasa.
Jóvenes y adultos han comenzado a salir a las calles, buscando reajustar su estilo de vida, pero, ¿qué pasa con los adultos mayores? La respuesta es un retrato del temor, pues son considerados el grupo de mayor riesgo ante la amenaza de Covid-19, que desde hace más de cuatro meses los tiene en confinamiento; una situación que los enfrenta al miedo de morir por el virus o morir por el desánimo de saberse vulnerables.
De acuerdo con un reporte del INAPAM de 2017, más de 10 millones de adultos mayores residen en el país, y la Ciudad de México es la entidad con mayor proporción de adultos mayores, en la que representan el 11.3% de la población (Inegi 2018).
Un dato interesante, de acuerdo con el Inegi, señala que el 68.7% de los adultos mayores contempla la convivencia social como una de sus actividades a las que dedican más tiempo. Esto es algo que se complica en una emergencia como la que atravesamos, lo cual puede contribuir a generar en ellos tristeza y aburrimiento.
Dentro de la responsabilidad que tenemos por atender las cosas que realmente importan, voltear a nuestros adultos mayores debería estar entre las más relevantes. Ellos sienten la necesidad de tener actividad, por lo que decirles: “no salgas”, “quédate en casa”, “ya tendrás oportunidad de salir”, no es suficiente. Tenemos que asumir un compromiso más grande y auténtico con ellos.
Olvidemos la idea de que los ancianos son como “niños grandes”. Esta creencia nos remite a pensar que ellos solo necesitan protección y cuidados, cuando la verdad es que aún tienen mucho por hacer a favor de los demás y, sobre todo, de ellos mismos.
Dentro de las posibilidades que abre la pandemia, una de alto valor es aprovechar la cercanía familiar y disfrutar la “riqueza de los años”, de aquellos que conocieron un mundo distinto al de las nuevas generaciones, y con ello motivar a quienes por años nos motivaron.
Este domingo 26 de julio se prevé la apertura de los servicios religiosos en la Ciudad de México, y como parte de las medidas para proteger a los feligreses, la Arquidiócesis Primada ha establecido el incentivar a los adultos mayores a no acudir a los templos mientras el semáforo de riesgo epidemiológico aún represente una amenaza para ellos.
Una decisión nada sencilla, si tomamos en cuenta que son el grupo más fiel y constante en las parroquias, además de que el 86.5% de la población mayor de 60 años profesa la religión católica, de acuerdo con el Inegi.
A ellos, la Iglesia les debe tanto: son quienes más se han involucrado en las actividades parroquiales a distancia; son quienes más han impulsado a su familia a participar en las Misas por internet; son quienes más se han acercado para apoyar económicamente a sus sacerdotes.
Este domingo, curiosamente es la fiesta de san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen de María y abuelos de Jesús, y si la contingencia lo permite, las Misas regresarán, pero sin la presencia de adultos mayores.
Si nuestros adultos mayores no están hoy en las calles y no estarán el domingo en las iglesias, hagamos que su esfuerzo y sacrificio valga la pena. Seamos responsables y corresponsables para mantenernos a su lado, activarlos emocionalmente, y ayudar con nuestras acciones a que esta pandemia, y su confinamiento, pasen pronto y de la mejor manera.
Correo: javier@arquidiocesismexico.org