Un buen gobierno solamente puede existir,
cuando hay buenos ciudadanos
Francisco I. Madero
México está atravesando uno de los peores periodos de su historia, debido fundamentalmente a la tónica de enfrentamiento y diatriba que el presidente MALO ha iniciado e impuesto al país, desde el inicio de su gobierno y aún desde antes, con un discurso tóxico que separa, divide a la sociedad, encasillándola en forma maniquea: buenos y malos, izquierda y derecha, liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios, etc. Para el presidente solo hay dos expresiones de la realidad: nosotros los transformadores y ustedes los conservadores. Nada más.
Hoy este fatalismo es anacrónico y desmedido, no corresponde a los tiempos ni a la realidad actual del país. Hoy, México es un conglomerado de pensamientos e intereses muy diversos que es necesario reconocer y respetar para encontrar los grandes temas en común que sí tienen un amplio consenso en la diversidad de la nación. Pleno respeto a los derechos de los ciudadanos, a sus libertades dentro de un ambiente de vigencia de la Ley. No puede el presidente ni nadie más, reducir la Constitución a un mero instrumento del poder político. Aunque el inicio del gobernante sea legítimo, siempre tendrá el límite que le contenga, como es la Constitución. Esto es indiscutible. Las ideologías no sirven al pueblo, están en franca decadencia. Los fanatismos no aportan nada y sí abonan a la nefasta concentración del poder. La llamada “nueva normalidad” es un miserable engaño para ocultar abusos de poder, en un perpetuo estado de zozobra y temor, que no se puede admitir.
Después de observar los actos vandálicos, la destrucción y el saqueo de los días recientes en la Cd. de México, y otras ciudades, entre ellas la nuestra, al ver esa salvaje agresión a la sociedad, atacando personas e inmuebles, tuve un sentimiento de indignación y vergüenza, al comprobar que, en este país no hay Ley, ni autoridad que la haga cumplir. El que delinque y agrede, tiene la protección de la autoridad, el que trabaja honradamente para sostener a la familia, no tiene quien lo defienda de los delincuentes y de los violentos. Se debe resignar a vivir como en una selva en la que quien manda, es el más fuerte, el más desalmado, el más violento o el que goza de la impunidad y protección de la autoridad.
¿Es incompetencia o es negligencia criminal que se quiere hacer pasar como respeto a la libre manifestación? O se trata del cumplimiento de la voluntad presidencial, que en vez de atender su primera obligación que es garantizar la seguridad a los ciudadanos, expresa: “mi gobierno no va a reprimir”, con la cual profundiza la ferocidad de los vándalos y deja expuesta a la ciudadanía que trabaja. Este presidente, “con todo respeto”, está desorientado y desubicado. Por fortuna, cada día hay más y más gente que se está dando cuenta de que está hundiendo al país.
Esta actitud de permisividad y hasta aliento a la delincuencia, ha sido ya, motivo de fuertes críticas no solo en el país, sino en otros, donde se observa ya a México como un país poco serio y desordenado en el que el crimen y la negligencia de la autoridad, son responsables de que ya ocupa el PRIMER LUGAR MUNDIAL en muertes violentas, y en donde la pandemia, pasa a un segundo o tercer plano entre las preocupaciones de los mexicanos.
Y . . .¿Qué es ese engendro de “nueva normalidad”? ¿A qué se refiere? ¿Quién o quienes la definen? ¿Con qué autoridad? ¿Qué no habíamos dejado bien claro que nuestra única realidad a la que aspiramos, está en nuestra Ley suprema: vivir en una República Federal, Representativa y Democrática? ¿No está claro que la organización de nuestro país es resultado de la lucha de grandes mexicanos que nos dieron leyes y principios que definen nuestra república? ¿Y que ésa república, con leyes, con instituciones respetadas y respetables es la que nos queremos dar los mexicanos para vivir con libertad, respeto a nuestros derechos, y para controlar al gobierno?
“Nueva Normalidad”, suena a gato encerrado, a que algo se oculta en esa expresión, que nos puede traer nuevas y más desagradables sorpresas. Como si se quisiera aprovechar el aislamiento de los ciudadanos por el confinamiento de casi tres meses y cierto grado de descuido de los asuntos públicos, para insertar esa nueva expresión que puede entrañar un paquete de ideologías y prácticas ya desechadas, que hoy se quieren restablecer.
Este presidente, que en algún momento encarnó las esperanzas de 30 millones de electores, para encabezar un cambio que construyera una nueva y mejor realidad para unir a los mexicanos, y para corregir los vicios arraigados de un sistema político carcomido por la corrupción y corruptor, ya demostró que el país le está quedando grande, y que está incurriendo en iguales vicios y prácticas políticas de las que él formó parte durante 12 años como activo militante del PRI en su estado, Tabasco: simulación, prepotencia, desprecio a la Ley y corrupción, que ya parecían haber quedado atrás. No sabe lo que es acatar el mandato de la Constitución ni la autoridad de un pueblo que quiere y exige vivir en plena democracia y respeto a sus libertades.
Por eso, ¡Que se vaya ya!