Para papás y mamás
Tal vez una de las etapas más complejas de la vida para los que tenemos hijos e hijas, es verlos convertirse en adultos. Porque, aunque para la normatividad mexicana tal condición se adquiere a los 18 años, en culturas como la nuestra, el éxito de la paternidad/maternidad pareciera alcanzarse si los hijos se quedan pegado a uno, como pollitos bajo las plumas de una gallina; por tanto, hay “niños” de 36 años.
En este punto y en este país, vivir en casa de los papás ya no puede ser indicador: las condiciones económicas no son suficientes como para lograr que una persona adulta viva sola, rente casa y menos compre un inmueble, no. La adultez va más bien con la actuación responsable y autónoma de una persona que puede funcionar social, emocional e intelectualmente por sí misma; y que, por tanto, logra crear y mantener relaciones estables en los campos familiares, afectivos, amorosos y profesionales. Eso es ser adulto.
A ser adulto no se llega nada más por la edad. Esto se logra con un entrenamiento que comienza desde la infancia, cuando se nos comienzan a asignar pequeñas tareas para formarnos en la responsabilidad que después hará tanta falta. Guardar los zapatos cuando uno se los quita a los 4 años, es la semilla que hará que después tengamos ordenada la casa para evitar vivir en un chiquero. Mandar a la panadería a alguien de 11 años para que sepa escoger el pan, pague y le el cambio correcto, es una de las simientes para saber manejar dinero. Enseñar a cocinar a alguien un huevito a, digamos 8 o 9 años, es comenzar a formar a un adulto funcional que sepa alimentarse por si mismo y que luego lave los trastes y los ordene. Acompañar a hacer las tareas de los chicos de primaria, claro. Hacérselas, nunca. Intervenir cuando las chicas tengan conflicto, sí, siempre y cuando ellas ya hayan hecho lo propio para tratar de resolverlo solas.
Ahora bien, a cuento les traigo esto porque justo en este momento no tengo estudiantes. Soy una profe sin alumnos de aquí a que regrese de vacaciones en la universidad, así que esto no va dirigido en modo alguno para nadie en particular, sino que más bien parto desde la generalidad y varias experiencias que hoy me permito compartirles por si, ustedes, padres y madres, no saben qué hacer si sus chavos entran ya a la universidad. Yo aquí le sugiero que no hacer.
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Ciertamente pueden ocurrir imprevistos (enfermedades, accidentes, qué se yo) pero, fuera de eso, la universidad es un momento donde los estudiantes deben de hacer su papeleo y múltiples trámites por sí mismos y sin padres de compañía. Si los educamos bien, ya sabrán ellos cuál es su Número de Seguridad Social, aprenderse su CURP, tramitar su INE, obtener su RFC en Hacienda. Sí, es engorroso y quienes ya lo hicimos debemos orientar a nuestros hijos, pero no hacerles todo. En las ventanillas universitarias (de cualquier universidad) no nos necesitan a nosotros, papás, sino al chico o chica estudiante.
La mayoría de quienes ingresan a las licenciaturas son ya adultos ante la ley, por lo que el estado mexicano ha determinado que ya son plenamente capaces de actuar ante las instituciones en pleno derecho y con todas las obligaciones. Así que hágale un favor a su hijo o hija y no vaya con los profes a preguntarle sus calificaciones o qué dijeron en clase. Eso háblelo con su chavo. Los profes tenemos la obligación asignada por la normatividad de protección de datos personales, en proteger la información que custodiamos de ellos frente a cualquier persona, incluidos ustedes. Si, ya se que el niño vive en su casa y usted le paga su colegiatura y son sus reglas, pero eso es un acuerdo entre padres e hijos. Para nosotros los profes, su hija es una ciudadana en pleno derecho. Nosotros debemos proteger sus datos y sus opiniones. Le digo porque cada año tenemos a papás que atenderemos con mucho gusto, pero, se lo suplicamos, entiéndanos a nosotros que, en este caso, somos sujetos obligados por ley. Confíe en nuestro criterio, porque por supuesto que si detectamos algún riesgo, acudiremos a las instancias correspondientes.
Ahora bien, su hijo o hija, es un individuo que, si bien es cierto le falta experiencia y se está formando en muchos temas, tiene plena madurez y conciencia en muchos otros. Por ejemplo, no lo evidencie acompañándolo a hablar con sus maestros previo al examen profesional. Le agradecemos la visita, pero su chico o chica es quien se ve mal e incluso se les nota apenado y luego hasta se disculpan con nosotros por su presencia. Peor si es de Maestría. Nos gusta mucho platicar con papás y entendemos su emoción, pero es un momento del alumno, que, además, conocemos y sabemos que es capaz de ir a pedir fecha de examen e incluso, fíjese usted, de obtener un título universitario. No lo minimice.
La experiencia universitaria, con todo lo que conlleva, es agua pasada para muchos de nosotros. Para ellos no. A todos nos gusta eso de “recordar es volver a vivir”, pero que sea hasta ahí. Su hijo o hija tendrá sus propias fiestas y borlotes universitarios. Deje que lo vivan. No los acompañe. Deles su espacio. No se convierta en eso que ahora llaman padre helicóptero de sus hijos.
Los jóvenes la van a regar. Seguro. Se lo garantizo. Y no se acaba el mundo. Que cometan sus errores, que lo intenten, que fracasen. Ahí está uno para apoyar cuando se les atore, pero nada más. No viva por ellos, ni lo intente. Eso también le garantizo que va a fallar.
En fin, estas son las reflexiones de una profe sin alumnos que ha visto en los últimos años a un montón de papás que parecieran resistirse a dejar atrás a “sus niños” y que le asegura que no ya no son infantes. Lo único que les falta es vivir para adquirir experiencia y hacerse más sabios. Es un proceso que duele como papá o mamá, pero que vale la pena. Le invito a que explore una nueva relación con eso interesantísimos adultos jóvenes que nosotros conocemos el primer día de clase. Los niños ya no existen. Los jóvenes tomaron su lugar y son ágiles, listos, frescos, inteligentes. Véalos como nosotros los comenzamos a ver cuando entran a nuestro salón. Verá que es mucho más interesante. Atesore los momentos que pasó con su niño o niña, esos van a estar ahí siempre, pero no intente perpetuarlos, comienza otro momento, gócelo.
Se lo comparto por si le sirve de algo, pero ni es palabra de Dios, ni tengo la verdad única, ni es mi intención aleccionar a nadie. Yo nomás aquí le dejo y ya usted sabrá. Disfrútelo, va a ver, lectora, lector querido, que valdrá la pena. Eso sí se lo garantizo.










