Pobre del pobre
“Pobre del pobre que al cielo no va. / Lo chingan aquí; lo chingan allá”. Esa malaventura nos aguarda a los mexicanos. En efecto, aquí estamos sufriendo ya las consecuencias de vivir bajo un régimen autoritario, absolutista, que ha anulado el imperio de la ley y lo ha sustituido por el caprichoso poder de una camarilla formada por un jefe máximo cuyo poder personal es incontrastable; por su continuadora, que sigue el mismo camino de su antecesor, y por un grupúsculo de cortesanos dispuestos siempre a poner sus ambiciones por encima del bien comunitario. México no es ya un estado de Derecho, sino en uno de desecho donde el orden constitucional ha sido conculcado, la impartición de la justicia cae en la anarquía, y en nombre de la democracia se destruye la democracia. Un resto de libertad aún nos queda; de otro modo no podría yo estar escribiendo esto ni los periódicos publicarlo. Sin embargo, al viajar por toda la República observo un sentimiento de preocupación en muchos mexicanos, temerosos de que la libertad que todavía tenemos sea coartada por la nueva Presidenta, activista de la más extrema izquierda en su juventud y nutrida en dogmas que ahora son obsoletos, pero que forman parte de su formación y de su ideología. Genio y figura, etcétera. Estamos bajo un gobierno que a la manera del anterior desprecia la opinión ajena, no da oídos a las voces de protesta o advertencia, hace caso omiso de la legalidad, aniquila el equilibrio de poderes e impone su voluntad por encima de los derechos y garantías de los ciudadanos. Eso por lo que hace al aquí. En lo que atañe al allá me duele decir que es alta la posibilidad de que el nefasto Trump, uno de los peores ejemplares humanos que en el mundo existen, regrese a la Casa Blanca con toda la carga de odios, rencores y supinas estupideces que lo caracterizan. Si eso sucede, los mexicanos estaremos jodidos lo mismo en nuestro país que en el vecino. Pobre del pobre que al cielo no va. Atribulada reflexión has hecho, escribidor, anunciadora de calamidades. Ea, desecha tus temores, moja tu pluma en tinta de esperanza y ponte a ver el tercer juego de la Serie Mundial de Beisbol a fin de adormecer tus inquietudes y sosegar tu pesimismo. Con el mismo propósito narra algunos de tus inanes chascarrillos y luego pasa a retirarte, como decían los merolicos de antes... Don Ultimio enfermó de gravedad. No tuvo alivio ni siquiera cuando por recomendación del médico local le pusieron bizmas de cariseto con enjundia de gallina. En el lecho de la última agonía se dirigió con feble voz a su mujer: “Estoy a punto de irme de este mundo, Gorgolota. Cercano ya ese trance te pregunto: ¿alguna vez me fuiste infiel? Conjúrote a que me digas la verdad, al cabo ya me voy a morir”. “¡Ah, no! -rechazó, terminante, doña Gorgolota-. ¿Y luego si no te mueres?”... Era viudo el señor, y avejentado. A sus años se prendó de Rodanicia, frondosa fémina con fama de ligera. Bien dicen los alemanes: Die liebe ist blind. El amor es ciego. Sus hijos se preocuparon, y sus hijas más. “Papá -le dijeron-. Esa mujer está toda agujerada”. Replicó él: “No la quiero pa’ cargar agua”. Se casó, pues. Siempre había deseado una muerte rápida. Su anhelo se cumplió: murió en el acto... El recién llegado al pueblo le preguntó a una dama del lugar: “¿Le interesan las relaciones exteriores?”. “Poco -respondió ella-. Todas las que he tenido han sido aquí”. Prosiguió el forastero: “¿Qué piensa acerca de la posición árabe?”. “No la conozco -admitió la mujer-. Pero me gustaría experimentarla. Suena interesante”. FIN.