Segunda vez

Pirulina le contó sus pecados al buen padre Arsilio. Le dijo: “Acúsome de que ayer fui con mi novio al Ensalivadero”. “Ese lugar -inquirió el confesor- ¿es el sitio al que acuden por las noches las parejas en rijo?”. “Van en coche” -acotó Pirulina. Y prosiguió: “Ahí él empezó a besarme french style”. “¿Qué es eso?” -se inquietó el sacerdote. Explicó la muchacha: “Es un beso en el que no sólo intervienen los labios, sino también la lengua”. “¡Señor San Blas! -exclamó consternado el eclesiástico. (San Blas es el santo al que se invoca para prevenir y curar los males de garganta)-. ¿Imaginas, desdichada, la cantidad de microbios que se trasmiten mutuamente quienes participan en ese lúbrico ósculo?”. Replicó Pirulina: “Cuando te besan así en todo piensas, menos en microbiologías. Luego mi novio me acarició con exhaustividad por arriba y por abajo. Finalmente me llevó al asiento de atrás del automóvil y me hizo el amor”. “Muy mal hecho” -amonestó el padre Arsilio. “No, señor cura -lo corrigió la muchacha-. Me lo hizo muy bien”. “Eso no quita el pecado -indicó el párroco, severo-. En penitencia rezarás un rosario”. “Padre -aventuró la chica-: si rezo dos ¿tendré derecho a una segunda vez?”. El marido de doña Gorgolota comentó: “Mi esposa se pone todas las noches una máscara de lodo verdinegro para el cutis”. Preguntó alguien: “Y esa máscara ¿le mejora el aspecto?”. Contestó el marido: “Si se la deja puesta, sí”. Propuso el avieso galán: “¿Me aceptas una copa?”. La ingenua chica respondió: “Sí”. “¿Otra copa?”. “Sí”. “¿Una más?”. “Sí”. “¿Me acompañas a mi departamento?”. “Sí”. “¿Nos vamos a la cama?”. “Sí”. Terminado el erótico deliquio él le ofreció: “¿Un cigarro?”. Y ella: “No. Mi mamá me ha dicho que si estoy con un hombre y le digo que sí a todo, el hombre se aprovechará de mí”. Don Cornulio llegó a su casa y sorprendió a su cónyuge en trance de fornicio con un hombre de estatura desmedrada. Mediría a lo mucho 7 palmos. El palmo es la distancia que va del extremo del dedo pulgar al del meñique poniendo la mano abierta; más o menos 20 centímetros. Don Cornulio le gritó a la pecatriz: “¡Mujer infiel!”. “Medio infiel nada más -se defendió ella-. Observa la estatura del señor”. El hijo del cocodrilo se quejó: “No tengo dinero”. Le contestó su padre: “Lo tendrás cuando seas cartera”. Don Algón entró en el cuarto del archivo y se asombró al ver al encargado follando con su lindísima asistente. “¿Qué es esto, Archibaldo?” -le reclamó enojado. “Perdone, jefe -replicó el archivista-. Ya habíamos terminado nuestro trabajo, y no nos gusta estar sin hacer nada”. Don Frustracio, el abnegado esposo de doña Frigidia, asomó por la ventana de la alcoba y vio la luna llena. “¡Qué hermosa luna!” -profirió arrobado. Doña Frigidia replicó de inmediato: “Hoy no. Me duele la cabeza”. Pepito le contó a su papá: “Un niño de la escuela me dijo que me parezco mucho a ti”. El señor, orgulloso, le preguntó: “Y tú ¿qué le dijiste?”. “Nada -replicó Pepito enfurruñado-. Es más grande que yo”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, tenía un perico. Cierto día notó que el loro andaba nervioso, desasosegado. Lo hizo revisar por un veterinario. Tras el correspondiente examen el médico dictaminó: “A su perico le hace falta una periquita. Tengo una que puede ser su novia por algunos días. El alquiler es de mil pesos”. Doña Panoplia llevó a su casa a la cotorrita y la puso en la jaula del perico. Al punto el loro se lanzó sobre ella y empezó a desplumarla. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó azorada doña Panoplia. Respirando agitadamente contestó el pajarraco: “¡Por mil pesos la quiero encueradita!”. FIN.