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Sentir el Mundo

Por Martha Ocaña

Mayo 14, 2025 03:00 a.m.

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Viajar, cuando se hace con sentido, se convierte en un acto íntimo de transformación. No es solo desplazarse, sino dejarse afectar por lo desconocido. Es una forma de estar en el mundo —más despiertos, más permeables—, en la que cada trayecto es una oportunidad para ensanchar la mirada, el alma y la piel.

En un tiempo en que muchos viajes se viven como una carrera por “verlo todo”, detenerse a sentir el pulso del lugar se ha vuelto casi un acto de rebeldía. Las ciudades no se conocen corriendo entre monumentos ni cumpliendo listas. Se descubren en los gestos cotidianos, en la textura de los muros, en el pan que huele a horno temprano, en el sonido de un idioma que no entendemos del todo pero que nos envuelve, en esa plaza donde sucede nada… y sin embargo, todo.

Viajar es, o puede ser, un experimento filosófico, un ejercicio sociológico, una forma activa de preguntarnos por el mundo y por nosotros mismos. ¿Cómo se celebran la vida y la muerte aquí? ¿Qué formas toma la primavera, la maternidad, el silencio? ¿Qué comemos y por qué? ¿Quiénes son los otros y qué dice su geografía de ellos?

Este tipo de viajes no requieren grandes presupuestos. A veces, lo más profundo ocurre en un tren de segunda clase, en un hostal con libros usados, o en una comida casera compartida con desconocidos. Hay una belleza radical en elegir menos, pero vivir más. En priorizar lo sensorial sobre lo fotogénico.

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Y sin embargo, también existen esos otros viajes, los de gran aliento, los que permiten ir más lejos: expediciones al Ártico, convivencias con comunidades remotas, travesías por desiertos o selvas. Cuando el presupuesto lo permite, se abre la posibilidad de tocar lo inexplorado. Pero incluso ahí, el verdadero lujo no es la comodidad, sino la autenticidad. Escuchar, respetar, aprender.

Hoy se necesita terener una visión curatorial para diseñar esa gran aventura que suele ser un viaje desde su planeación hasta el momento de experimentarlo. Demanda de alguien que diseñe atmósferas, que sepa leer entre líneas. Que piense cada viaje como se piensa una obra de arte: con estructura, emoción y propósito.

Un viaje bien curado no se mide en kilómetros ni en estrellas, sino en lo que despierta en nosotros.Porque viajar no es solo moverse por el mundo. Es dejar que el mundo se mueva dentro de uno.