Una corbata

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Pirulina contrajo matrimonio con su novio Celerino. Al regreso de la luna de miel una amiga le preguntó, traviesa: “¿Cómo te fue en la noche de bodas?”. Respondió ella: “No duró  nada”. Sonrió la amiga: “¿Te pareció que no duró nada la noche de bodas?”. “No -precisó Pirulina.-. No duró nada Celerino”... El maestro declaró en el aula: “El 80 por ciento de mis estudiantes no poseen razonamiento matemático”. “Imposible, profe -opuso el alumno Babalucas-. En el grupo somos nada más 40”... El mago pidió que subiera al foro una voluntaria. Doña Jodoncia subió inmediatamente, pues le gustaba mucho ser notada. El mago le pidió: “Por favor, señora, entre en ese baúl”. Lo hizo doña Jodoncia. El mago cerró la tapa, pronunció luego unas palabras sobre el baúl, volvió a abrirlo y de él salió una feroz leona africana. “Ahora -anunció tras el aplauso del público- haré que esta fiera entre en el baúl, lo cerraré, pronunciaré otras palabras cabalísticas y volverá a aparecer la dama que se ofreció de voluntaria”. Don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia, dijo desde su butaca: “No se moleste, señor mago. Me llevaré la leona”... Desde luego no es tan conocido como el sabidísimo de Hamlet, pero el monólogo de Segismundo en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca, es también bello y profundo, uno de los fragmentos más representativos del Siglo de Oro español. Lo aprendí de memoria en el bachillerato del glorioso Ateneo Fuente, de Saltillo, y podría recitarlo ahora mismo. Rico en símiles, el texto de Calderón describe al ave como “flor de pluma” y al pez como “bajel de escamas”. El arroyo es “sierpe de plata”, y el toro “signo es de estrellas gracias al docto pincel”. Si a nuestro tiempo vamos -o venimos- un atrevido símil fue el que usó en una de sus canciones el talentoso y simpático Joaquín Pardavé cuando, al decir de los enterados, comparó ocultamente el más oculto encanto femenino con una “ventanita morada cubierta de enredaderas”. Lejos de mí la temeraria idea de poner un símil mío al lado de ésos, tan expresivos y galanos, pero se me ha ocurrido equiparar las sociedades humanas con una corbata, prenda que tiene una parte ancha y otra angosta. La primera representaría a los ricos; la segunda a los pobres. En ocasiones eso cambia, y entonces los pobres pasan a ser la parte ancha, y los ricos la angosta. Tal es el caso de las revoluciones. En la de Francia los desposeídos guillotinaron a los poderosos; en la de Rusia los revolucionarios asesinaron al Zar y su familia. Por eso lo mejor que puede hacer una sociedad cualquiera es disminuir la brecha que separa a los ricos de los pobres. Esto no se consigue por medio de dádivas o confiscaciones, sino creando un ambiente de paz, concordia, orden y seguridad, de respeto a la ley y a la dignidad de las personas, a fin de propiciar que todos tengan oportunidad de ejercitar libremente sus facultades y buscar por sí mismos lo que en términos líricos se llama la felicidad. Eso hace un buen gobierno. El que no lo es lo deshace. Con la anterior perorata he cumplido por hoy la modesta función que me he fijado, de orientar a la República. Daré salida ahora a un chascarrillo final, y luego, como decían los merolicos de antes, pasaré a retirarme... Don Cucoldo halló en su alcoba un calzoncillo que no era suyo. Amoscado le preguntó a su esposa: “¿De quién es este calzón?”. Respondió la señora: “No lo sé. No soy buena para las adivinanzas. Pero déjame ponerte una ahora yo. ‘Si no la tengo te la doy; si la tengo no te la doy’-¿Qué es?”. (Nota. La respuesta a la adivinanza que la señora le puso a su marido para cambiar de tema es la siguiente: la razón. Si no la tengo te la doy; si la tengo no te la doy). FIN.