Viejos del siglo XXI

-Ya te digo yo que son cosas de la edad:
Los jóvenes, esa plaga que quita las oportunidades
Las que desdeñamos los viejos cuando tuvimos su edad.

-Ahora están ellos por todos lados
en el lugar que les dejamos los viejos que ya murieron.
Ahora no morimos
Nos hemos quedado por el rumbo
Algunos dando codazos en reclamo

Y qué pasa con los viejos. Ahora se quedan mucho tiempo. No mueren; ya no morimos tan temprano. Aquí estamos y ocupamos un lugar en el espacio de las oportunidades de un mercado laboral cada día más despiadado.
Eso pensaba mientras escuchaba a la joven poeta recién galardonada.
Y observaba su entusiasmo y observaba a su audiencia: jóvenes también, escuchando en su poético y audaz lenguaje referirse a los grandes temas de los poetas de hoy y seguramente de los de siempre.
Yo, entre ese joven auditorio, clasificada en la generación de sus padres que no veía entre la pequeña muchedumbre y me explicaba su ausencia debido al clima. Ese clima que da para poetas y cronistas. Para peatones y comensales. Y que no impedía que se llenara la sala esa noche.
Sin los números en la mano pero con la certeza de la posibilidad que da el sentido común, es un hecho que cada día vemos más adultos mayores laboralmente activos. Y aun cuando es incentivo contar con una tarjeta para descuentos en cines o transportes, es innegable que hay una carga psicológica en esto de cruzar la barrera de los sesenta.
Pero lejos de esa etiqueta incómoda que nombra a sus miembros en la clasificación de “tercera edad” o “adultos mayores”, los viejos de ahora son un viejos distintos.
Los viejos del siglo XXI se han sabido reinventar y adaptar a los cambios que van más rápidamente que los narrados en los libros como el de la “tercera ola”. Estos viejos han visto desfilar el avance social y tecnológico en una temporalidad mucho más breve que otras generaciones.
Los viejos invaden hoy el territorio de los milenials y de las otras categorías de pequeños monstruos de la tecnología, la ciencias duras y las ciencias humanísticas. Estos viejos no se amedrentan por ese lenguaje sofisticado que los morrillos utilizan para comunicarse virtualmente. Ellos han aprendido a descifrarlo y si no lo usan es por opción personal y no por falta de entendimiento.
Estos viejos son un diamante no tan en bruto que habrá que pulir en las siguientes décadas que aún les quedan en este planeta. Pues esos viejos son el origen de la riqueza que disfrutan las nuevas generaciones. Son quienes, de ser escuchados pueden orientar el rumbo y recordarles “de donde proviene” esta juventud tan avezada y tan arrojada y que parece comerse al mundo desde la pantalla o bien, concretamente atravesándolo de polo a polo y de un océano a otro.
Será que me acerco a ellos que “los entiendo”, será que este principio de año he visto partir a viejos y no tan viejos y eso despierta un sentido de cierta fragilidad pero también de fuerza y de vitalidad para continuar haciendo.
Es cierto que de todo hay. Que no todo lo llamado viejo -que dicho sea de paso habría que definir “viejo”- es sabiduría o conocimiento pues la gente es eso, gente: humanos que optan por un camino o por otro. Gente que se sirve de los otros o gente que sirve junto a otros. Viejos abusivos, corruptos, tiranos, despotas y otros defectos pero también, y a ellos me refiero, gente que a pesar de la edad se levanta día a día a disfrutar lo que la vida le pone enfrente. Gente que trabaja por placer para no derretirse en una jubilación, o gente que disfruta de ella.
Quiero ver que los jóvenes vean a esos viejos y que los viejos se fundan en ese conocimiento con las generaciones que les siguen. Que sigamos formando o reforzando una cadena humana que trascienda y que sea conocida por sus hechos bien hechos.
Un tributo aquí a todos aquellos que partieron siendo viejos y otros no tan viejos, en los últimos meses y en los últimos años.