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MUNCH, DE LA mELANCOLÍA AL EMOJI Y LA “SELFIE”

Por Redacción

Septiembre 12, 2023 03:00 a.m.

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La obra plástica, “El grito” del noruego Edvard Munch es un ejemplo clásico de cómo las obras de arte transcurren en el espiral del tiempo, en lo interminable, causando sensaciones y críticas diversas, desde el la incomodidad, el rechazo, empatía, emoción, inspiración o admiración, pero, finalmente, el arte, en sus diversas manifestaciones, representa un cañaveral de verdades (con lo extraño que pueda parecer este adjetivo) porque encierra la parte subjetiva que las ciencias no pueden incluir en su afán comprobatorio. 

El arte conecta con las emociones y es por esa razón, una vía efectiva de conocimiento y conexión con el pensamiento.

Esta misma obra de Munch ha sido ambivalente, en el sentido de que, por un lado, le ha dado universalidad al artista, pero por otro, ha oscurecido la vastísima obra de este. Munch cuenta con más de mil pinturas y unos mil quinientos dibujos y bocetos.

La misma obra de “El grito” cuenta con al menos seis representaciones y es la fuente de uno los emoticonos de nuestro teléfono celular en la cultura pop., ese que usamos tanto. Esta obra tan reconocida en todo el mundo tiene como característica que, el grito no es el que exclama el protagonista de la pintura, sino que, según las mismas palabras de su autor, está tapando sus oídos cuando al pasear en un atardecer en Oslo, la naturaleza lanzó un estruendo que lo conmocionó y quedó plasmado en todo su cuerpo, tanto, que llegó a escribirlo y después lo llevó a la imagen.

En realidad, es un cuadro de la huida del impacto de la naturaleza, más que la exclamación que este hace.

Las obras plásticas se tejen con los hilos de la angustia, la melancolía, la memoria, la muerte, el dolor, la soledad, es un incisivo explorador del alma humana y gran influyente para el expresionismo alemán, con trazos fuertes y libres, colores brillantes, dinamismo, y es común encontrar la famosa figura retórica de la sinestesia que tiene que ver con la mezcla o unión de diferentes sentidos, por ejemplo: oler los colores, tocar la música o ver la voz. En las pinturas de Munch es fácil tener este tipo de sensaciones a través de sus obras, al mismo tiempo ver su musicalidad y oler esas expresiones que pueden impregnar nuestro cuerpo.

Asimismo, la carga de pensamiento se incluye en la producción pictórica: la vida y filosofía del danés Kierkegaard, los revolucionarios conceptos de Freud, admirador de los escritos de su compatriota Hans Jæger y la música de Wagner. Edvard Munch escribió ensayos, cartas, poesía y diarios que permiten tener amplía información sobre el artista y aunado a toda su creación es un demiurgo al que se recurre una y otra vez y que las interpretaciones y estudios de su obra son interminables.

Acompañó a directores de cine e hizo sus propios experimentos cinematográficos, y, además, fue quien desde su época recurría a la famosa “selfie”, ya que posaba frente a la cámara de fotos sumando estas imágenes a su línea de autorretrato u obra biográfica como en la pintura.

En Oslo, existe el museo “Munch”, un edificio dantesco para la exhibición del artista, y podemos decir que es de los pocos pintores que posee un espacio exclusivo en estas dimensiones, como lo es también el caso de Van Gohg. 

En suma, mi admiración por Munch estriba en la intersección de las artes, en esa efusiva necesidad de querer abarcarlo todo, porque solo recurrir una de ellas no sería suficiente para la comprensión del universo.