Bolsa de caramelos rojos
Encontrar un renacuajo en el cajón de las calcetas
no es lo usual, tampoco una zampoña en el frutero
o un azumbre de amor en la hielera. Quise recorrer
los caminos inusuales del poema, la inaceptable
rapidez del amarillo. Se trata de utilizar palabras a
cuchillo para desmontar las capas del azar, una por
una, horquillas de cobre para trenzar las sílabas. No
me interesa cantar las desventuras de una mariposa
ebria y su bastón de fieltro; quiero hacer un álbum
de sonetos verdes, de esos que tienen un aguijón en
cada ripio. Nada gano con recorrer los bajos fondos
del poema, siempre habrá una princesa sucia, un
negro cisne y una vieja lata de sardinas. Así que
consulto la güija y el oráculo, el libro de los cambios,
el poso de una taza negra. Si me preguntas por qué
escribo todo esto, no lo sé, la realidad, como el amor,
es voluble y misteriosa, sobre todo ahora que supe de las vacas que aprendieron a pelar naranjas.
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