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Los arqueólogos buscan qué esconden los muros del mayor centro de torturas de Brasil

Por EFE

Agosto 12, 2023 01:09 p.m.

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SAO PAULO (EFE).- Amelinha Teles, una mujer de 78 años, esquiva con cuidado los agujeros en el suelo y los cúmulos de tierra amontonada por los arqueólogos en el patio de una comisaría en São Paulo. Observa los cuartos del edificio gris con sus gafas rojas y trata de reconocer el espacio, que fue el principal centro de tortura durante la dictadura militar brasileña (1964-1985). 

Las celdas ya no están pero lo que allí le hicieron, dice, lo cargará "hasta la tumba". 

Se estima que unas 7,000 personas como Teles pasaron por el DOI-Codi, como se conocía el Destacamento de Operaciones de Informaciones-Centro de Operaciones de Defensa Interna, el mayor centro de represión a opositores al régimen militar.

Casi 40 años después del fin de la dictadura, una veintena de arqueólogos e historiadores de tres universidades públicas han lanzado una investigación para desenterrar vestigios de la represión.

Por primera vez en Brasil, se están utilizando métodos forenses como la luz ultravioleta en un centro de torturas.

El objetivo final es transformar este edificio, de dos plantas y con ventanucos alargados, en un memorial sobre la violencia de Estado, un reclamo de las propias víctimas contra la tentación del olvido.

Militante del Partido Comunista, Teles fue detenida en 1972, tres días después de Navidad, y llevada al DOI-Codi, donde iba a estar encerrada 45 días en una minúscula celda del segundo piso. 

Nada más llegar, el comandante le propinó una bofetada que la tiró al suelo. Luego, le arrancaron la ropa, la violaron, y la amarraron a la "silla del dragón", donde le aplicaron descargas eléctricas en sus partes íntimas. 

Le mintieron diciendo que su hija había muerto. Y mientras hacían todo esto, los torturadores se refrescaban tomando helados y gaseosas.

Debido a los cambios estructurales hechos en los años 90, cuando pasó a ser un instituto de criminalística, cuesta reconocer el lugar. "Descaracterizaron el edificio, trataron de borrarlo todo", comenta. 

TRABAJOS CON BISTURÍ Y LUZ ULTRAVIOLETA

Para rescatar lo que queda, varios miembros de la investigación raspan con bisturí capas de pintura de una de las antiguas celdas. Buscan inscripciones, peticiones de ayuda de los presos, o incluso poemas. Todavía no han encontrado nada, pero ya asoma un trozo de muro color beige.

"Creemos que es la pintura original porque las víctimas que entrevistamos recordaban ese color", explica, vestida con un chaleco de varios bolsillos, la arqueóloga Cláudia Regina Plens, de la Universidad Federal de São Paulo, quien reconoce la "dificultad" de la reconstrucción después de tantas reformas.

En la celda de al lado, ya han levantado el suelo de baldosas y han descubierto uno de madera. Saben que es de la época de la dictadura por una foto famosa que muestra al periodista Vladimir Herzog colgado del marco de la ventana. 

Aunque los militares intentaron hacerlo pasar por un ahorcamiento, se ve cómo sus pies tocan un parqué de listones cortos. El mismo al que la física Maryah Haertel ahora apunta con una linterna de luz azul. 

En total oscuridad, busca "manchas brillantes" que indiquen restos biológicos absorbidos por la madera, como sangre u orina. El laboratorio dirá si es humana o de algún gato callejero.

"No podemos garantizar nada, pero hoy ya hemos mandado cinco muestras de este cuarto y una es de mucho interés", explica. 

En la planta baja, la cabeza de Andrés Zarankin sobresale de un agujero cavado en un baño, de donde acaba de desenterrar con una espátula el trozo de un plato de cerámica blanca. 

Acto seguido, anota la profundidad del descubrimiento y lo coloca en una caja junto a los demás.

"Pudo haber sido usado por un preso… Hay que enviarlo al laboratorio y ver, pero es un gatillo que dispara una serie de memorias", afirma este arqueólogo de la Universidad Federal de Minas Gerais, especializado en una rama de la arqueología que él llama de "represión-resistencia". 

La ventaja respecto a las investigaciones arqueológicas tradicionales en ruinas y cuevas, dice Zarankin, es que los protagonistas de esta aún están vivos y, aunque su memoria a veces flaquea, pueden proporcionar información valiosa. 

Con los actuales trabajos, Amelinha Teles empieza a ver cumplida una lucha de años por hacer del antiguo DOI-Codi un memorial y centro de estudio. 

"Es un lugar de dolor, pero quiero que sea recuperado. No se puede olvidar", zanja.