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A propósito de riesgos y peligros

Por Catón

Julio 24, 2024 03:00 a.m.

A

“Me da un condón”. No hay registro de los decibeles que alcanzó el volumen de voz de aquel sujeto que pidió eso en el mostrador de la farmacia, pero sí se sabe que cerca había señoras y había niños. El empleado, severo, le demandó en tono bajo al individuo: “Cuide su lengua”. “Tiene usted razón -admitió el tipo-. Deme dos condones”... Reconozco que este cuento es sicalíptico en extremo, y que no debería figurar en un escrito destinado a aparecer en los papeles públicos. O en las pantallas privadas, según la nueva usanza. En mi descargo diré que desde hace muchos años me propuse ampliar los límites de la expresión, sobre todo en lo atinente a las cuestiones relacionadas con el sexo, de modo que se vieran con naturalidad mayor y sin el morbo con que en mi tiempo se miraban. Un talentoso periodista queretano, Edmundo González Llaca, afirma que fui el primero en abordar ese tema en las páginas editoriales de los periódicos de México. Me honra su aserción, y la agradezco. Sucede que en esta época los jóvenes -ellos y ellas- están expuestos a graves peligros relacionados con el ejercicio de la sexualidad, riesgos que pueden llegar hasta el de muerte. Ya he dicho que la generación a la cual pertenezco fue muy afortunada en ese rubro: cuando había sífilis nosotros todavía no, y ahora que hay sida nosotros ya no. Las enfermedades llamadas “secretas” se curaban con un par de inyecciones de penicilina. (¡Loor eterno a Fleming!). Un consultorio médico tenía en su puerta este letrero: “Enfermedades venéreas. De 100 casos 80 curas”. Lo vio un forastero y comentó meneando la cabeza: “¡Coño! ¡Qué mal anda aquí el clero!”. Pienso que los padres de familia deberían hablar con sus hijas y sus hijos acerca del sexo a fin de prevenirlos contra las amenazas que aguardan a quienes no lo practican en condiciones de seguridad. Admiré a cierta amiga mía que cuando sus hijas iban a salir con el novio les daba lo que ella llamaba “un tranquilizante”. El tal tranquilizante era un condón. Decía: “Así duermo más tranquila”. Antes el hombre y la mujer se conocían, se trataban y finalmente se casaban. Ahora se juntan, se tratan, y a veces llegan a conocerse. Decir esto no es hacer prédica moralizante, es simplemente describir la realidad. Razón de más, entonces, para que los jóvenes efectúen el in and out con pleno conocimiento de las cosas, especialmente de las que se usan en los mesteres de colchón. A propósito de riesgos y peligros, mañana trataré asuntos de política... Mis cuatro lectores saben ya lo que es el Ensalivadero. Es un paraje umbrío y solitario a donde acuden por la noche las parejitas en trance de ardimiento y que no disponen de recursos para pagarse un cuarto de motel, y menos de los que tienen jacuzzi en las habitaciones. El asiento trasero de los automóviles sirve entonces de colchón, al cual, sin mencionarlo -habría sido prosaico-, se refirió Góngora con este gongorismo: “A batallas de amor campo de plumas”. Pero estoy divagando. La linda Rosibel le comentó a su amiga Susiflor: “Fui anoche al Ensalivadero con  mi novio. Al principio se portó como todo un caballero, pero después actuó maravillosamente”... Sonaron afuera de la alcoba pisadas retumbantes que hacían temblar las paredes de la casa. La esposa de King Kong le dijo llena de alarma a quien estaba con ella en la cama: “¡Es mi marido! ¡Conozco sus pasos!”... Doña Frustracia le confió a su vecina: “Hace dos semanas que en lo relativo al sexo mi marido nada de nada”. Le indicó la vecina: “Ten paciencia. Dos semanas no es mucho”. Precisó doña Frustracia, mohína: “Dos semanas santas”... FIN.