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Ancestros de Calvino

Por Yolanda Camacho Zapata

Junio 18, 2024 03:00 a.m.

A

Cuando Ítalo Calvino escribió el primer libro de la trilogía Nuestros Antepasados, acababa de entrar a su tercera década de vida. En muchos sentidos, era un hombre joven, pero con las preguntas existenciales de una persona mucho mayor, con más conciencia. Comenzó el primer libro, El Vizconde Demediado, a inicios de la década de los cincuenta. En ella se cuenta la historia de Medardo de Terraldo, que, tras recibir un cañonazo en la guerra, regresa a sus tierras dividido justo a la mitad. Su deformidad  le acentúa la crueldad, como si la bondad le hubiese sido arrancada junto con su medio cuerpo perdido. En el segundo libro, El Barón Rampante, cuenta la historia de Cósimo Piovasco, quien decide a los doce años, trepar en un árbol y vivir ahí hasta el fin de sus días, viéndolo todo desde arriba, desde lejos. El último libro, El Caballero Inexistente, relata la historia de Aguinulfo, hombre que no existe más que dentro de su armadura, de la cual, obviamente, no puede despojarse porque dejaría de existir sin su contención metálica. Para cuando publicó el tercer libro, ya había comenzado la década de los sesenta y Calvino tenía ya poco más de cuarenta años. 

En estas épocas polarizadas, recordé a los tres protagonistas de  Calvino. Hay quienes se saben incompletos. Entienden que, como bien lo escribió el italiano, todos en un sentido doloroso, estamos partidos a la mitad. Buscamos encontrar la manera de funcionar aún sin tener pleno el cuerpo, lo sentimientos y las ideas. Y eso, causa un dolor que incluso puede llevar a la crueldad para compensar lo que creemos nos falta. Nos vuelve intolerantes con los que se creen completos o han asumido que una mitad es mejor que nada. Por eso, por vamos por la vida queriendo partir todo.

 Luego, están aquellos que han decidido ver todo desde arriba. Esos quizá tengan una mejor visión, el panorama más abierto y las miras mucho más lejos que los que se quedan a ras de suelo. Sin embargo, a esos los condena, como a Cósimo, la vida en eterna soledad, expuestos, eso sí, a los elementos, pero sin nadie que los seque cuando llueve, o los tape con cobijas cuando hace frío. La visión desde las alturas no se hace en compañía, salvo por breves momentos.

Finalmente, están los que son pura idea contenida, útiles y precisos como guerreros en armadura, eso sí, pero también atados por sus propias ideas y por sus propias luchas. A éstos los mandan como caballitos de batalla, listos para dar una refriega a los opositores. Les cuidan les miman, pero saben que, cuando no sean necesarios, basta con quitarles la vestidura para que se diluyan en el aire. 

En este país, nadie se salva de ser personaje de la trilogía. Todos tenemos cuerpos partidos, vistas solitarias, ideas presas de su propia contención. Sin embargo, no creo que seamos conscientes de que, por lo mismo, estamos formando un país incompleto Disfrazamos nuestra propia ineptitud con capas de dulce benevolencia. Quien no nos conozca, diría que somos personas completas. Nosotros sabemos que no, que todos somos antepasados de Calvino.