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Arte y espectáculo

Por Alexandro Roque

Mayo 29, 2022 03:00 a.m.

Dicen que el apocalipsis es todos los días. Y que llega un momento en la vida en que cada vez son más las personas que se han ido que las que aún están con nosotros compartiendo aire para respirar. Entre tantos decesos recientes, me referiré a dos referentes personales, válgase la redundancia: Edwin Arturo Garrido Puga (1955-2022) y Eduardo Lizalde Chávez (1929-2022).

El periodista cultural Juan Hernández escribe: “Garrido sabía cómo funcionaba la maquinaria de la explotación enajenante en un mundo dominado por las leyes del mercado; de tal forma que se mantuvo fiel a sus principios radicales, sin mácaras. Tendríamos que decir aquí, en razón de las leyes de la información y del periodismo, que Arturo fue un bailarín y coreógrafo, que a pesar de ser siempre antisistema logró el reconocimiento y recibió premios. Sin embargo, considero que más allá del legado dancístico, que forma parte ya de la memoria coreográfica del país, la figura que mejor define a Garrido es la del pensador. Eso fue el artista, un pensador crítico, apasionado y furioso, inconforme y arriesgado”.

En los encuentros callejeros de danza, en la década de 1980, propiciados por el grupo Zopilote (Fernando e Ignacio Betancourt) como respuesta a los festivales oficiales, las plazas de San Luis Potosí fueron tomadas por Barro Rojo del De Efe, Módulo de Xalapa y Nucleodanza de SLP. Ahí vi a Garrido pero aún no lo ubicaba, ni a Rocha, Aponte o Illescas. No sabía que nació en Ecuador y que se quedaría a vivir en San Luis Potosí. Mi primer recuerdo al pensar en Arturo es haciéndole frente a los funcionarios culturales, firme pero con respeto: En el Festival Internacional de Danza de SLP varias veces se apersonó en las ruedas de prensa o en los encuentros de críticos para reclamar funciones para su grupo y otras compañías locales, y su inclusión en cursos y foros oficiales y alternos.

Luego, en La Guarida del Coyote, el espacio cultural de Arturo y de su pareja, la querida bailarina y actriz Alejandra Mendoza, acompañé muchas veces a Markosblues (Marco Antonio Trejo) en su programa de radio. Fueron intensas (entrañables) las horas de discusión y aprendizaje con el autor de (entre otros libros) Dulcísimo Caín, las buenas resignaciones (1988) y Hacia una danza de incesantes contrarios (2015). Con ellos y otros colegas, aguerridos como Garrido, la promoción cultural cobraba sentido.

Siempre hay quien dé la pelea en la arena cultural, que (casi siempre) es la que menos le importa a la clase política. Arturo Garrido deja un vacío difícil de llenar, pero el mejor homenaje es seguir cuestionando a los que se supone deben apoyar la creación artística y las manifestaciones culturales de todo tipo, en barrios y en colonias, en las calles. 

Eduardo Lizalde Chávez fue escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y funcionario cultural. Fue en esta última fasceta que me tocó conocerlo, en Guadalajara, como generoso anfitrión del encuentro Del siglo XX al tercer milenio, al que asistimos tres escritores o escritoras por estado (de narrrativa, de poesía y de ensayo). Un grande.  

Se ha dicho estos días que Lizalde fue el último gran poeta mexicano. No lo creo, hay personas, hombres y mujeres, que saben y sienten y logran esa comunión, pero la de Lizalde es (en presente, sí) una voz potente que debería leerse más, no relegarse por moda o por época.

Sí, hace falta leer y comprender la lectura, como dijo un buen amigo y colega en su columna de esta semana. Nunca hay tiempo suficiente para tantas lecturas, pero cerrarnos a las posibilidades clásicas o diferentes nos hace más pequeños. Hay que analizar el texto, darle sentido y sentirlo.  

En 1970 publicó El tigre en la casa (1970), y desde entonces el Tigre Lizalde, como fue conocido a partir de esa publicación, en palabras de Octavio Paz “ha publicado varios libros de poemas; cada uno de ellos, cada vez con mayor precisión y limpieza no exenta de piadosa ironía, es una operación sobre el cuerpo de la realidad. Mirada-cuchillo de cirujano, mirada de moralista, mirada de enamorado. 

Hay que leer más y mejor. Hay que disfrutar el arte con la mente y con todos los sentidos. Si se puede, practicar algo: escritura, danza, artes plásticas. Todo alimenta nuestra relación con el mundo. Lo dice Lizalde en “Prosa y poesía”:

“La prosa es bella

—dicen los lectores—.

La poesía es tediosa:

no hay en ella argumento,

ni sexo, ni aventura,

ni paisajes,

ni drama, ni humorismo,

ni cuadros de la época.

Eso quiere decir que los lectores

tampoco entienden la prosa”.

Vaya también un recuerdo amistoso para Martín López Farfán, director potosino de teatro, principalmente en la UASLP con su grupo Prometeo, quien murió el 19 de mayo. A pesar de que pasaba por una situación económica difícil, como tantos artistas y docentes, se aprestaba a presentar una obra en el Museo Othoniano, en junio, con motivo del aniversario de Othón. Unas semanas antes platiqué con él y planeábamos un homenaje al colega Jorge Nieto, fallecido en febrero. 

Con tristeza pero con memoria, seguirán los homenajes, las biografías y los recuerdos. En su caso, la exigencia de justicia, como ha tenido que ser por periodistas y mujeres asesinados.

http://alexandroroque.blogspot.com

Correo: debajodelagua@gmail.com

Twitter: @corazontodito 

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