Beatriz Velásquez

Cuando en febrero de 2006 la quincuagésima séptima Legislatura de San Luis Potosí otorgó la presea Plan de San Luis, la más importante que otorga nuestro Estado, a la doctora Beatriz Velásquez Castillo, el diputado presidente Jorge Arreola señalaba en su intervención: Este día nos reúne aquí para entregar la presea Plan de San Luis a la doctora Beatriz Josefa Velásquez Castillo. Quizá se sienta incómoda, ya que para quienes la conocemos, sabemos es una persona muy modesta, inclusive no conserva fotos de sus actividades profesionales, pero se trata de una mujer que merecía ser reconocida por los potosinos.
Lo dicho con anterioridad fue corroborado por la doctora al acotar casi al final de su discurso de agradecimiento: Les confieso que cuando recibí la noticia me sentí un poco apenada porque es una decisión de ustedes, estoy acostumbrada a llevar una vida muy reservada no estoy acostumbrada a exhibirme aquí, por ello agradezco infinitamente el que me hayan entregado esta presea.

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Teniendo como virtudes la dedicación, la sencillez, la discreción y la humildad de los grandes; y como premisas el ejercicio de su profesión, y el servicio a sus semejantes, transcurrió la vida de la doctora Beatriz Velázquez, quien falleció en esta ciudad el pasado 17 de mayo.
Nació en Tampico de Tamaulipas, en 1932, años en que aquella región vivía de los auges del ferrocarril y el petróleo; la temprana muerte de su padre obligó a la familia a migrar a Cárdenas, San Luis Potosí, donde radicaba la familia de su madre. De allí, luego de cursar los estudios básicos, se trasladó a la capital potosina, donde luego de realizar diversos trabajos para sostener a su familia, ingresó a la escuela de Medicina de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, en la que se tituló en 1958.
Años más tarde recordaría: quise estudiar en centros hospitalarios, desafortunadamente a este estudio no se permitía la entrada a las mujeres y las becas que se otorgaban en esa época eran sumamente pobres que no permitían sostener los estudios; entonces decidí irme de bracera intelectual a Estados Unidos presenté el examen correspondiente, ahí de nuevo por azares del destino tuve acceso a la Universidad de Pensilvania y fui admitida, curiosamente cuando llegue a uno de los centros de investigación de esta universidad surgió un impulso por estudiar el posgrado de fisiología.
Luego de cursar diversos estudios en el extranjero, entre los que destacaron el College of Medicine, en la Baylor University, de Houston Texas; el Saint Luke’s Hospital, en Bethlehem, Pensilvania, y el Departament of Physiolgy de la Division of Graduate Medicine, de la Universidad de Pensilvania, por invitación del doctor José de Jesús Macías, regresó a la UASLP, donde se desempeñó como catedrática e investigadora el resto de su vida, y de la que fue directora entre los años 1988 al 2000.
Hablar de los logros y méritos académicos y científicos de la doctora Velásquez, resulta ocioso en esta ocasión, otros con mayor conocimiento y autoridad lo han hecho, y seguro quienes bien la conocieron en esas áreas lo seguirán haciendo; permítaseme recordarla en lo cercano, que fue donde pude conocer un poco a esa mujer excepcional.

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En estos tiempos en que se encuentra tan en boga el feminismo, no resulta curioso ni extraño hacer referencia a mujeres que han sobrepasado con éxito, positivo o negativo, y de acuerdo a sus posibilidades o expectativas, la medida del rasero social. Sin embargo para aquellos que conocemos los procesos históricos femeninos sabemos que esto no fue fácil.
Quizá por eso me causó admiración el escuchar a la doctora Velásquez narrarme sobre su servicio social a fines de la década de los cincuenta en el lejano municipio de San Martín Chalchicuautla, el cual eligió porque representaba para ella lo más alejado de la civilización en el oriente del estado potosino; fue allá donde aprendió las lenguas náhuatl y tének, para poder interrogar médicamente a los indígenas que daba atención.
También supo de las fatigas que implicaba el trasladarse a caballo para atender enfermos en puntos distantes; y lo mismo atendió seres humanos que animales dañados por la naturaleza o por la maldad del hombre.
Supongo que gran parte de su carácter y sus aficiones fue definida por influencia de su abuelo, Rafael Castillo Vega, gobernador del estado en varias ocasiones entre la segunda y tercer décadas del siglo XX y a quien Beatriz, niña, leía libros y periódicos. De ahí su amor por los libros, las bibliotecas y la historia; y cómo no, si tuvo por tutor académico a Nereo Rodríguez Barragán.
Queda una deuda enorme entre los que nos dedicamos a la investigación histórica y la doctora Velázquez, debemos a ella la impecable traducción de la obra de Peter B. Mandeville, La jurisdicción de la villa de Santiago de los Valles 1700-1800, una obra para el estudio demográfico de aquella región durante el último siglo del régimen colonial.
El campo de la música clásica tampoco le fue ajeno, y en el que destacó como conocedora e impulsora, en él, uno de sus logros, aunque éste compartido con Manuel Carrillo Grageda, Nicolás Díaz, Juan Manuel González Noyola y Enrique Torre López, fue la fundación de Pro-Música, organización sin fines de lucro que tuvo como objetivo –por más de treinta años– la promoción y difusión de la música clásica en San Luis Potosí.

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Parte de la entereza del ser humano la evidencia su relación con la muerte; médico al fin, la supo esperar con tranquilidad y consciente de su cercanía; hace unos meses, en las emotivas palabras dirigidas con motivo de la muerte del doctor Enrique Torre López, dijo con absoluta serenidad: te me adelantaste por muy poco. Palabras difíciles de pronunciar y asimilar, si no se está en paz consigo y con los que le rodean.
Ilusoriamente pensaríamos que hay ocasiones en que la muerte, por respeto a la memoria de la humanidad debería detenerse, o pasar de largo, ésta sería una de ésas; sin embargo y a pesar de lo complicado de su enfermedad, supo mantenerse con entereza hasta el último momento, y la muerte le halló entre los suyos, los que supieron estar con ella.

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Nunca pude llamarle por su nombre sin anteponer el título profesional, era de esas mujeres cuya personalidad y nivel intelectual imponen; ella generosa y sencilla me decía: no me llames doctora, llámame Beatriz, somos amigos. No se me dio.
Espero, no obstante, que si nos llegamos a encontrar en algún otro momento, y en circunstancias menos formales, poderla llamar simplemente Beatriz. Descansa en paz Paloma.