Cachamocos
Deberíamos releer a Usigli y específicamente, El Gesticulador. Esta obra, publicada en 1947 fue inmediatamente censurada por el gobierno mexicano. La trama es sugerente: un profesor de historia fracasado de nombre César Rubio decide mudarse con su familia a un pueblo al norte de México. Ahí, por casualidad, conoce a Oliver Bolton, un investigador de Harvard que intenta seguir el rastro de un importante revolucionario cuyo destino es todo un misterio. El general se llamó también César Rubio y coincide en rasgos y edad con el profesor Rubio de ese pueblo perdido. Tras una larga conversación, Rubio, el maestro, insinúa que él es el general y Bolton acaba por creerle. Así, el norteamericano piensa que ha hecho el descubrimiento del siglo y comienza a difundir el destino del falso General Rubio.
El profesor, por su parte, ha decidido tomarse aquello en serio dado que su verdadera vida no funcionó como el quería y quizá la del general le resulte mejor. Para su sorpresa, resulta fácil que todo mundo se crea que él es el prócer revolucionario y la vida le comienza a mejorar. Su familia no le recrimina, tampoco le apoya, pero su silencio les hace cómplices. Ellos también comienzan a beneficiarse de ser parientes del héroe falso. Al nuevo General Rubio le ofrecen una candidatura y su oponente es el único que desconfía de su identidad. Para estas alturas, a Rubio ya se lo había comido el papel y no estaba dispuesto a arriesgarse. El personaje se ha vuelto más importante que la persona.
¿Cuántas veces no acabamos siendo comidos por nuestro propio personaje? ¿cómo hacemos para diferenciar lo que somos de lo que aparentamos ser? Un día platicaba con la esposa de un ex personaje público. Contaba sobre la primera vez después de muchos años en la farándula en que lo llevó a un supermercado. El hombre le daba indicaciones como si ella fuese su asistente particular: “Pon ese acondicionador, no quiero ese pan”, hasta que ella se hartó y le dijo “Bueno, de perdida di por favor, ¿o que ya se te olvidó?” El esposo la volteó a ver sorprendido, llevaba años sin que nadie le pusiera un alto. Como el Gesticulador, se había instalado en aquello que creyó que era.
En ciertos momentos, todos hemos sido gesticuladores, adoptando poses, temas, hasta ademanes que caracterizan aquello que creemos que los demás deben ver. Sin embargo, hay quienes se instalan en el papel y acaban olvidando lo que de verdad son. Hace un montón de años me tocó ir a la Procuraduría con un jefe que me caía re bien. Llegó con el coordinador de Ministerio Públicos, un señor trajeado que daba miedo, porque gritaba a diestra y siniestra hablando a todo mundo con altivez y prepotencia. Mi jefe se paró como a diez metros de distancia y le gritó a todo pulmón: “-¡Bájala mi buen, que te conozco desde que te decíamos el Cachamocos!-“. El hombre se paró en seco. Aquel día, no conseguimos lo que necesitábamos porque nos mandó mucho al diablo, ¡ah, pero cómo nos reímos!
Los gesticuladores son fascinantes, pero siempre se necesita alguien que les recuerde que en realidad, sólo son el Cachamocos.
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