Cambiopardo
Una de mis frases favoritas proviene de El Gatopardo, la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, y dice más o menos así: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.” En la novela, el contexto de la frase es netamente político, pero reflexionándola, se aplica ahí, sí, pero también en otros aspectos de la vida.
Gatopardo es una novela de cambios y supervivencia. Si usted ya la leyó o ya vio la serie de Netfix, que por cierto no está del todo apegada al texto, pero sigue estando bastante bien hechecita, veremos que la historia se asienta a mediados del siglo XIX, cuando Italia no era todavía Italia, sino una serie de pequeños reinos separados, pero ya con movimientos tendientes a la unificación. Esta tendencia no era compartida por todos, mucho menos los que estaban acomodados en el poder, como don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, en Sicilia. Don Fabrizio pertenece a una antigua familia italiana, cuyo escudo tiene al centro la figura de un gatopardo, de ahí el nombre de la novela.
Ahora bien, ante la nueva nación, el Gatopardo de inicio se resiste con uñas y dientes a ser parte de cualquier cambio, sin embargo, y como sucede en las mejores familias, su propio sobrino, Tancredi Falconeri, se enlista en la causa contraria al mando de Garibaldi. No es tanto que Tancredi sea un convencido de la unificación, pero si es un convencido de que el movimiento será inevitable, así que decide treparse a la ola y, con algo de suerte, resultar beneficiado. No les cuento más, porque con eso tenemos para ponernos a pensar.
¿Es natural proteger el status quo? Diría que si. Numerosas ocasiones sirven de ejemplo para probar que, a la mayoría de nosotros, mientras no nos sintamos afectados por los cambios, tenemos la tendencia de resistir ante cualquier movimiento que venga de fuera. No importa cual sea éste. He visto padres resistiéndose a que sus hijos crezcan. Se forman dramas completos de chicos que pasan, por ejemplo, a la universidad. No hay, aparentemente, resistencia, porque quizá sea lo normal, pero el trato que les debemos dar ya como adultos (jóvenes, pero para todos los fines, adultos), sigue queriendo ser el mismo que se tiene a, digamos, un chico de secundaria. Si a esto trasladamos a las instituciones, lo entenderemos bien: cualquier cambio ( de personal, de sistemas, de procesos) se siente como amenaza, aunque no necesariamente lo sea. Ahora, pensemos en un país: el cambio siempre tendrá adeptos, pero también y en igual medida, un ejército de resistentes. Uno actúa como Gatopardo, al menos, el del inicio de la novela.
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Luego tenemos a los Tancredis, los que ven la oportunidad y se trepan al carro. Oportunista es el que ve una oportunidad y la aprovecha. La percepción es negativa, por supuesto, porque la persona oportunista deja de lado convicciones y principios, para acercarse a un pragmatismo escalofriante. Siempre ha habido gente así, siempre la habrá. En política hasta gracia causan: hay gente que avientan desde el noveno piso y cae parada sin romperse las piernas. Sabe como le hacen. Tienen la suerte de Tancredi, que a donde van, le aplauden. Spoiler: en la novela, Tancredi no termina tan bonito como termina en Netflix.
Nunca hay finales absolutamente felices como en las telenovelas, ni cambios absolutos como en Gatopardo. Lo que si hay, es opciones. Uno decide hasta dónde y cómo vivir el cambiopardo.



