Cirugía plástica

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Un sujeto que siempre había profesado el ateísmo decidió cambiar de religión. (El ateísmo es también un credo religioso). Así, se convirtió a la fe católica. Después de un tiempo de preparación el padre Arsilio se dispuso a bautizarlo Al comenzar la ceremonia le preguntó al neófito: “Dime, Constantino: ¿renuncias al mundo, al demonio y a la carne?”. “No tan aprisa, señor cura -respondió el sujeto-. Al mundo y al demonio sí renuncio, pero eso de la carne mejor lo dejamos para después”. (Sin saberlo este Constantino se parecía a San Agustín, quien de joven era asediado por tentaciones de libídine y le pedía a Dios en sus oraciones: “Hazme casto, Señor, pero todavía no”)... El doctor Ken Hosanna le comentó a un colega: “Le hice a mi esposa una operación radical de cirugía plástica”. “¿Qué tipo de cirugía plástica le hiciste?” -se interesó el otro. Respondió el doctor Hosanna: “Le cancelé todas sus tarjetas de crédito”... Doña Macalota regresó de su caminata matutina y vio que una vecina suya corría apresuradamente. Le dijo: “Para rebajar de peso no necesitas correr a tanta velocidad”. “Ya lo sé -contestó la otra sin dejar de correr-. Pero estoy haciendo la dieta de los 18 litros diarios de agua, y ésta es una emergencia”... Un senador demócrata de Estados Unidos compraba todos los días el Washington Post, echaba una ojeada a la primera plana y luego lo arrojaba sin más en el bote de la basura. El encargado del puesto de periódicos le preguntó, curioso: “Perdone, senador: ¿qué es lo que busca usted en el Post?”. “El obituario” -respondió el demócrata. Le indicó el puestero: “El obituario viene en la página 5”. “Ya lo sé -contestó el senador-. Pero cuando se vaya de este mundo el cabrón cuya muerte estoy esperando, su obituario vendrá en primera plana”... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, se quejó ante el juez de que un sujeto la había recargado contra la pared y así, estando de pie ella, la hizo objeto de sus lascivos apetitos de carnalidad y pasional fornicio. “Pero, señorita -objetó el juez-. Usted es muy alta, y el acusado es sumamente bajo de estatura”. “Bueno -se ruborizó Celiberia-. Quizá me agaché un poco”... Aquel médico dejó su coche en el estacionamiento y caminando se dirigió al hospital. Todas las mujeres con las que se topaba iban llorando, y todas decían con lamentoso acento: “¡Murió Wellhung! ¡Murió Wellhung!”. Al llegar al hospital vio que las enfermeras lloraban también. “¡Murió Wellhung! -gemían todas-. ¡Murió Wellhung!”. El cortejo de las plañideras parecía venir de la morgue. Hacia allá fue el médico. En torno de una de las mesas del anfiteatro estaba otro coro de mujeres que lloraban. “¿Por qué te nos fuiste, Wellhung? -clamaban gemebundas-. ¿Qué vamos a hacer sin ti?”. Se abrió paso el facultativo y vio tendido sobre la plancha el cuerpo de un individuo joven, musculoso y excepcionalmente bien dotado en la parte correspondiente a la entrepierna. Por él -y por eso- lloraban las mujeres. Cuando el médico volvió a su casa le comentó a su esposa: “Ahora que fui al hospital todas las mujeres lloraban por un individuo que murió. Estaba en la morgue. Jamás había visto yo a un hombre tan bien dotado por la naturaleza”. “¡Cielos! -exclamó la señora rompiendo en llanto-. ¡No me digas que murió Wellhung!”... FIN.