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“Tantéyese”

Por Catón

Agosto 04, 2023 03:00 a.m.

A

He recordado aquí al tío Laureano, pintoresco personaje del norte de mi natal Coahuila. Cierto día le presumió a un su compadre haber ido a una boda en San Antonio, Texas, a la cual acudieron 20 mil invitados. “Ah jijo -se asombró el compadre-. Pos debe haber estado grande el salón de recepciones”. Afirmó el tío: “Llegaba como desde aquí hasta la sierra aquella que se ve a lo lejos”. Aventuró el compadre: “Y muy grande también ha de haber sido el pastelote”. El tío volvió la vista hacia el gran kiosco de la plaza a fin de hacer una comparanza. Notó su señora la intención y le advirtió, prudente, a su marido: “Tantéyate, Laureano, porque luego no vas a tener cuchío pa’ partirlo”. Con frecuencia el presidente López da la impresión de que carece de terminales nerviosas que le conecten la lengua con el cerebelo. Declaró que creará en la Ciudad de México un almacén “con todas, todas, todas las medicinas del mundo”. De sobra está decir que decir eso es una desmesura absurda que sólo se explica por la megalomanía del declarante, quien por su prepotencia supone que puede dar salida a las más delirantes necedades -uso un eufemismo- sin que su estatura de caudillo sufra mengua. Los teólogos postulan que la soberbia es madre de todos los pecados. Sin pertenecer a ese grupo de grandes maestros de la imaginación yo pienso que la soberbia es también la mamá de estupendas babosadas. Pedirle humildad a AMLO, y que modere su palabrería, es como exhortar a las cataratas del Niágara a que hagan más fina su corriente.  Habrá que sugerirle entonces a López Obrador: “Tantéyese”. Digamos, por lo pronto, que el almacén donde estarán todos los medicamentos de todos los países de todo el universo mundo deberá ser de tal tamaño que llegue desde aquí hasta la sierra aquella que se ve a lo lejos... Era un verraco formidable, un poderoso cerdo semental. Se llamaba Tom Akoko, y su dueño lo alquilaba para cubrir a las cerdas de los granjeros comarcanos. Uno de ellos transportaba a las suyas en su camioneta a fin de que Tom cumpliera con ellas su función procreadora. A fin de asegurar la preñez de las hembras las llevaba todos los días con el semental. Una mañana el granjero le dijo a su asistente: “No veo en el corral a las marranas”. Le informó el hombre: “Ya se subieron ellas solas a la camioneta”... Doña Frigidia, lo sabemos, es la mujer más fría del mundo. Su frigidez alcanza inverosímiles extremos. En cierta ocasión fue a ver la película “Los últimos días de Pompeya”, y su sola presencia en la sala motivó que el Vesubio se congelara y no hiciera erupción. La función se suspendió y el empresario tuvo que devolver las entradas. La otra noche don Frustracio, el sufrido esposo de doña Frigidia, le pidió en tono suplicante el cumplimiento del débito conyugal prescrito lo mismo por el Código Civil que por el de Derecho Canónico. “Pero si lo acabamos de hacer” -objetó doña Frigidia-. “Mujer -le recordó el marido-. La última vez que lo hicimos fue antes de que estallara la pandemia, y de esto hace dos años”. “¿Y ya quieres otra vez? -estalló también doña Frigidia-. ¡Eres un fauno, un sátiro, un maniático sexual!”. Después de muchas rogativas, y tras de impetraciones repetidas con vehemencia una y otra vez la señora accedió finalmente al connubio. No lo describiré. Como dijo el poeta: la luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sólo mencionaré que al día siguiente don Frustracio les comentó, feliz, a sus amigos en el bar: “Creo que mi mujer está empezando a disfrutar por fin el acto del amor”. Preguntó uno: “¿Cómo lo sabes?”. Explicó él: “Anoche lo hicimos, y por unos momentos dejó de limarse las uñas”. FIN.