Consejos prácticos

Todo es entrar a un supermercado -de los que cada vez hay más- para encontrarnos rodeados de todo tipo de alimentos, tanto frescos como procesados, y de origen lo mismo animal que vegetal. Todo esto, sin duda, nos facilita la vida. Al mismo tiempo, no obstante, los alimentos procesados ricos en grasas y carbohidratos son señalados como culpables por la epidemia de obesidad y diabetes, que asuela a muchos países de mundo, incluyendo al nuestro.

Esto último tiene sentido si consideramos que somos producto de un largo proceso evolutivo y que muchos de los alimentos procesados que nos ofrecen los supermercados y que consumimos diariamente aparecieron apenas hace algunas décadas. Así, no hemos tenido suficiente tiempo para adaptarnos a la nueva alimentación.

Hace unos dos millones de años los antecesores de nuestra especie sobrevivían como cazadores recolectores y en estas condiciones habrían desarrollado una capacidad para procesar la carne de los animales que cazaban. De hecho, se ha sugerido que el consumo de carne, que tiene una gran densidad energética, habría sido uno de los factores que posibilitaron el desarrollo del cerebro humano que, como sabemos, consume un 20% de la energía que emplea el cuerpo.

Con el desarrollo de la agricultura hace unos 10,000 años, nuestros antecesores dieron un vuelco a sus hábitos alimenticios e incorporaron los granos a su dieta.  Habrían ido así, según la visión de algunos especialistas, en contra de la evolución a la que estuvieron expuestos a lo largo de millones de años, con las consecuentes hipotéticas enfermedades que habrían sufrido por una alimentación deficiente. De este modo, si quisiéramos mantenernos sanos, tendríamos que recurrir a una dieta similar a la que seguían los antecesores de nuestra especie hace cientos de miles, por no decir millones de años

Lo cierto es que no sabemos con precisión qué es lo que los prehumanos consumían en tiempos tan remotos y, por el momento, no nos queda sino especular al respecto. Por otro lado, lo que sí sabemos es que tenemos un problema médico, el llamado síndrome metabólico -un conjunto de condiciones que incluyen una presión arterial elevada, y altos niveles de colesterol y glucosa en la sangre- que los especialistas piensan está asociado al cambio de alimentación que nos ha traído la industria de los alimentos. 

Así, más que especular sobre la comida de hace cientos de miles de años, resulta de mayor utilidad investigar qué es lo que estamos comiendo en la actualidad y cómo afecta esto a nuestra salud. Y en este sentido, habría que mencionar un artículo enviado el pasado 30 de abril al repositorio de artículos científicos “arXiv” mantenido por la Universidad Cornell en los Estados Unidos. En dicho artículo, un grupo de tres investigadores encabezado por Luca Maria Aiello de Nokia Bell Labs, Cambridge, Reino Unido, se reportan los resultados de una investigación llevada a cabo para averiguar qué comen los londinenses y cómo esto se relaciona con el desarrollo del síndrome metabólico.

Para llevar a cabo su investigación, Aiello y colaboradores hicieron uso de la información contenida en recibos de compra de alimentos en 411 locales en la ciudad de Londres de la cadena de supermercados TESCO, la cual fue comparada con recetas médicas extendidas a pacientes en la misma área en Londres. Los recibos de la cadena TESCO -que incluyen un total de 1,600 millones de productos adquiridos durante 2015- no identifican al comprador, pero sí al área en la que vive, e incluyen una descripción de los alimentos adquiridos con sus respectivos volúmenes. Las prescripciones médicas, extendidas durante 2016, no identifican tampoco al paciente, pero sí al área en la que vive.

Con esta información, los investigadores determinaron patrones de consumo de alimentos en 937 localidades a lo largo y ancho de la ciudad de Londres. Consideraron cinco categorías de alimentos: grasas, carbohidratos, azúcares, proteínas y fibra, y elaboraron mapas de su consumo por localidad. Determinaron, igualmente, niveles de consumo de calorías y de diversificación de nutrientes por área. 

Las recetas médicas fueron igualmente analizadas para determinar la distribución en las diferentes localidades londinenses de los fármacos que son prescritos para tratar niveles elevados de colesterol y glucosa en la sangre, y altas presiones arteriales. Con esta información, los investigadores determinaron la distribución de estas condiciones médicas, asumiendo que era la misma que la de los fármacos que se emplean para tratarlas.

A través de una comparación de la información proporcionada por los recibos de supermercado y las recetas médicas, Aiello y colaboradores encontraron que el síndrome metabólico se correlaciona positivamente con el consumo de grasas, carbohidratos y azúcares, y negativamente con el consumo de fibra. Encontraron también una clara correlación positiva con el consumo de calorías, y una correlación negativa, igualmente clara, con la diversificación de nutrientes.   

Concluyen Aiello y colaboradores que es posible determinar el grado de enfermedad metabólica de una población sobre la base de sus patrones de consumo de alimentos.  De manera específica, su ingesta de calorías -sobre todo de productos con alta concentración energética- y la diversidad de nutrientes de su alimentación.        

Terminan Aiello y colaboradores su artículo con un consejo práctico para no terminar asociados con una enfermedad crónica “Comer menos de lo que instintivamente nos gustaría, balanceando todos los nutrientes, y evitando las grandes cantidades de comida que están a nuestra disposición”. Y, podríamos añadir, ingresando a los supermercados con tapaojos para no ver de lado.