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Crónica cercana

Por Marta Ocaña

Diciembre 01, 2021 03:00 a.m.

A

Muros rosados y de color verde chillón en un día de invierno temprano.

Rocas salientes que semejan tímidos cerrillos abundantes de nopal y cactáceas varias, además de matorrales empolvados por todas sus aristas.

Extrañas formas de palma y palmito, con plumaje más que con hojas o ramas. Figuras humanas, hechas monte y piedra. Veredas para el paso de gigantes de otro tiempo, cuando el sol era inofensivo y la niebla caricia. Cuando el humano era especie protegida por decreto universal.

Muros azules, blancos o amarillos que remontan a la magia rural o campirana.

Tierra, adobe y bloque perfecto con que se construye el resguardo de tribus contemporáneas emplazadas en torno a caseríos espontáneos, alegres y aspiracionistas.

Enfiladas vallas naturales de órganos solitarios y agremiados cada tanto, y luego de nuevo tabique y troncos y tallos, de los que el ecosistema produce.

Aparece un camellón como principal símbolo de progreso; convive con una perro amarillo hijo de la calle y del monte.

Topes y más progreso, piedra y tienda de materiales en calles adornadas de banderines que anuncia alguna fiesta patronal.

Comercios y trocas en la calle principal. Café pizza malteadas además de vulcanizadora; filas en una oficina atemporal de telégrafo y muros con la guadalupana a la vista, para proteger de pintas y grafitis que ya se asoman en rincones, junto a la vía que acoge vagones y tanques en sus rieles.

Plaza de piedra, linda a la manera de su esencia rural, y amarilla hacienda al costado.

Capitán Caldera es el personaje protagónico de este destino con predominante geografía de desierto, hasta que se descubre la presa más allá de la vista.

Antiguo Camino Real a Zacatecas desde Aguascalientes.

Uno de tantos emplazamientos y presidios para proteger el camino que llevaría a las minas de la antigua Zacatecas, cuando en 1540 fue escenario de pacificación entre criollos y “pueblos de indios”, de los regalos de paz entre los que había herramientas, semillas y animales para poder encaminarlos a la usanza de la vida española.

Estancia y presidio que ve su origen junto a los tlaxcaltecas y chichimecas. Residencia de los hacendados. De la calzada al sur, estaría el pueblo tlaxcalteca trabajando los huertos y al norte la ganadería. Hacienda que llegaba hasta Mexquitic y Ahualulco. El llamado “final grande” en los límites con Zacatecas, Guanajuato salpicado de huachichiles mitad nómadas y mitad agricultores sedentarios buscando en donde permanecer.

No falta la iglesia dedicada a la virgen de Guadalupe, de un solo cuerpo con dos torres sin advocaciones evidentes.

El otro cuerpo tienes esos agujeros para avanzar en la altura de construcción.

Renovada sin vestigio o testigo de la naturaleza de los materiales y siglo XVII nos explica todo esto un joven acompañante desde su formación antropológica.

Apreciamos al final de la visita, lo que parecería una calzada que une los dos templos. Un camino que ordena la vida de la comunidad: a la derecha las huertas, el caserío y la hacienda y la ganadería del lado opuesto. Principio del orden con el que habrán de surgir tantas villas y después ciudades en un San Luis tan cercano y que poco conocemos.

Por eso el tiempo para hacer una crónica cercana