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Desde el barrio de Santiago

Por Alexandro Roque / PULSO

Julio 25, 2021 03:00 a.m.

Entrada de cera, bailes tradicionales, pirotecnia, colonche y hartos antojitos. Con la distancia lo más sana posible, este domingo es buen día para visitar el antiguo pueblo de indios de Nuestro Señor Santiago, hoy uno de los siete barrios tradicionales de San Luis Potosí. Hoy es la fiesta del barrio y su patrono. 

Sus primeros pobladores fueron principalmente guachichiles y al lado se habilitó un pueblo llamado de Nuestra Señora de la Asunción de Tlaxcalilla. Si bien los guachichiles se habían asentado en la hoy Plaza de los Fundadores en 1591, en 1592 fueron “invitados” a hacerse más al norte, cerca del río, porque los españoles necesitaban el espacio debido a que habían descubierto unos yacimientos de oro y plata en lo que llegó a llamarse Cerro de San Pedro y a ser uno de los símbolos del escudo de armas de la ciudad y del estado.

Ese cerro desapareció y en su lugar está un hueco que a ninguna autoridad parece importarle. Como los mineros de antaño, llegaron los canadienses, se llevaron el metal, y dejaron un pueblo pobre.      

Luego de la fiesta de Santiago Apostol vienen las de su vecino Tlaxcala o Tlaxcalilla, que se realiza el 15 de agosto en honor a la Asunción de la Virgen María, y la de San Luis Rey de Francia, el 25 de agosto, santo patrono de la ciudad y del estado.

Hace una semana se cumplieron 422 años de que una mujer guachichil entró a los templos de Santigo y Tlaxcala, rompió algunas imágenes y llamó a los habitantes de ambos pueblos a la rebelión. Mandó llamar a los de otros pueblos, como Bocas o Santa María. Ese mismo día fue detenida, juzgada y sentenciada, fue ahorcada al amanecer del 18 de julio de 1599 en el camino de la ciudad de San Luis al pueblo de Tlaxcala.

Esa mujer, a la que no se le dio un nombre durante el juicio, pasó a la historia bajo el título de “la bruja guachichil”.

Tuve la oportunidad de asistir el lunes 19 a una mesa redonda (a las que está de moda llamar “conversatorios”) en el Museo Nacional de la Máscara acerca de este personaje, coordinada por Antonieta Rendón y con la participación de Axolohua Reyna, José Piedad Pérez y Alejandro Guzmán. En esa sabrosa charla, entre otros puntos, se pidió acabar con varios mitos sobre lo “sanguinario” de los habitantes originarios de estas tierras, se propuso rescatar sus rutas y las lenguas chichimecas, y hasta la erección de una estatua dedicada a la chamana que llamó a la rebelión y fue acusada y condenada por un crimen que nadie vio.    

Los chichimecas, principalmente los guachichiles, uno de sus grupos o parcialidades, le costaron a la Corona española cincuenta años de guerra. 

Mucho se habla de transformación pero no basta. Las mutaciones no suelen venir desde el ámbito político sino desde la calle, la comunidad, el barrio. 

Todo cambia, y en estos tiempos de reescritura de la historia bien haríamos en sumar a San Luis Potosí a la necesidad de darnos otros nombres o quitar algunos. Resignificarnos, pues. En pocas ciudades americanas quedan calles como Hernán Cortés, Luis de Velasco, Juan O’Donojú o hasta una colonia Virreyes.  

Ya habíamos propuesto (en esta columna y en el blog) que se le dé el nombramiento oficial de barrio al Saucito, pues lo merece por sus tradiciones y organización social. ¿Por qué no rescatar nombres como La Corriente o los Charcos de Santa Ana o completar el de la delegación de Bocas con “de Maticoya”? Incluso podría replantearse el nombre de lugares como el Jardín Colón o la Plaza de los Fundadores (que ya se dijo fue primero un pueblo guachichil).

Como en Cerro de San Pedro, el capital no se tienta el corazón para apropiarse de lo que puede. La delimitación del área natural protegida en la Sierra de Sn Miguelito “sigue en consulta” pero cambia en cada documento (para menos). El daño al medio ambiente, al recurso hídrico que debería ser de todos, se autoriza y se facilita desde varios niveles de gobierno y colectivos. 

Ya se presentó ante el implan el proyecto inmobiliario Las Cañadas, a realizarse en más de 2 mil hectáreas durante veinte años. por representantes de la Comunidad de San Juan de Guadalupe, sus anexos Tierra Blanca y San Miguelito y la empresa inmobiliaria Espacios en el Horizonte (Carlos López Medina, Manuel del Valle López y Manuel Muñiz Werge).

Si ahorita en mi casa (que es su casa) ya tenemos varias semanas casi sin agua potable, no me quiero imaginar qué va a pasar con la extracción indiscriminada y la desaparición de la Cañada del Lobo. El efecto de la falta de planeación urbana se ve en las calles colapsadas (lo mismo aquí que en Europa). De la sequía a la inundación en cuestión de minutos. Construir o llenar de turismo un lugar sin atender necesidades primarias puede llevar al caos.    

 Disfruto mis paseos a la Cañada, tanto como recuerdo mis visitas a El Aguaje cuando era una comunidad. ¿Qué tanto cambiará este entorno a cinco, diez años? 

Si se llegara a colocar una estatua de “la bruja guachichil” —o como la llamaron en la charla, “nuestra abuela”— ojalá no sea en Fundadores, sino en Tlaxala, sobre el eje vial Ponciano Arriaga, mirando retadora a los que llegan a cambiar la historia sin pensar en las consecuencias.

Y vámonos a la fiesta de nuestro señor Santiago, aunque sea de pisa y corre. 

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