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Dinero, a la basura

Por Catón

Agosto 19, 2023 03:00 a.m.

A

“Nunca compres mula manca pensando que ha de cambiar. Si de buena se fue a manca, de manca a dónde no irá”. Ese proverbio campirano es aplicable a la compra de Mexicana de Aviación por el régimen de López Obrador. Mula manca es esa empresa, quebrada e inactiva desde hace 13 años y ahora revivida por obra y desgracia de uno más de los súbitos ucases del presidente autócrata. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “ucases”. Un ucase es una orden arbitraria y terminante, generalmente dada por quien ejerce funciones de gobierno en forma autoritaria). Al fiasco que ha sido y de seguro habrá de seguir siendo el Aeropuerto Internacional (je je) Felipe Ángeles, se suma ahora esta costosa compra de una línea aérea en bancarrota, la cual para colmo será entregada en administración al Ejército, operador también de ese aeropuerto, fracasado desde el día mismo de su inauguración. Ninguna experiencia tienen los militares en tareas relacionadas con la aviación comercial, en crisis aun en los países más desarrollados. No es difícil predecir, entonces, que a los barriles sin fondo que son Pemex y la CFE se sumará este otro por donde se irán al drenaje los dineros del erario, es decir de los contribuyentes, es decir de los ciudadanos de cuyo trabajo cotidiano salen los recursos que AMLO desperdicia con la misma inconsciente displicencia con que un chamaco caprichoso rompe los juguetes que le han sido dados. Quisiéramos ver terminado ya este sexenio del cual tantos y tan grandes males han derivado para México y los mexicanos. La soberbia es siempre mala consejera, y más si se hace la sorda y la chistosa. Una cosa diré acerca de la tal línea aérea muerta y resucitada. Viajero frecuente, procuraré no subirme a un avión de la nueva Mexicana. Quizás AMLO y los flamantes empresarios aéreos con uniforme verde estén diciendo: “Piensa, oh Patria querida, que el cielo un pasajero en cada hijo te dio”. Conmigo, sin embargo, no cuenten. Algunos instintos he perdido, pero no el de conservación... Aquel hombre casó con una mujer que era oficial de tránsito. La noche de bodas su flamante esposa lo multó por no usar casco, por exceso de velocidad y por transitar en la dirección equivocada. El sexagenario paciente (hay quienes dicen que “sexagenario” significa “ajeno al sexo”) le preguntó a su médico: “¿Cree usted, doctor, que podré vivir otros 20 años?”. Inquirió el facultativo: “¿Bebe usted vino?”. Respondió el señor: “No”. “¿Disfruta con exceso los placeres de la mesa?”. “No”. “¿Se desvela con amigos?”. “No”. “¿Anda con mujeres?”. “No”. Le dijo el galeno. “¿Y entonces pa’ qué chingaos quiere vivir otros 20 años?”… En el Bar Ahúnda un esposo le contó lleno de enojo a su compadre: “Mi esposa es una infiel, una aleve, una desleal. Me dice que pasó la noche en casa de su amiga Flordelisa, y no es cierto”. Preguntó el compadre: “¿Cómo lo sabes?”. Respondió el ofendido: “Porque yo pasé la noche en casa de su amiga Flordelisa”… No necesito hacer la presentación de Afrodisio Pitongo. Mis cuatro lectores saben que es un hombre proclive a la concupiscencia de la carne. Con Dulcibel, linda muchacha, fue en su automóvil al Ensalivadero, solitario paraje alejado de la ciudad al que acuden por las noches las parejas que en la oscuridad reinante encuentran propicia cómplice para desfogar su ardor. Grande fue la sorpresa del salaz Pitongo cuando vio que su acompañante se llevaba a los tobillos el cinto que traía su vestido. Le preguntó, extrañado: “¿Por qué haces eso?”. Explicó Dulcibel: “Le tengo prometido a mi mamá que sólo dejaré que me toquen del cinto para arriba”. FIN.