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El diablo tiene teléfono

Por Yolanda Camacho Zapata

Agosto 15, 2023 03:00 a.m.

A

En el podcast Grandes Infelices, Javier Peña  narra una anécdota ocurrida al escritor ruso Mijail Bulgakov. El dramaturgo había conseguido finalmente hacerse de fama gracias al éxito de una obra teatral que dirigió el mismísimo Stanislavski. La pieza había gustado incluso a Stalin, quien fue a verla en varias ocasiones. Sin embargo, el aparato de inteligencia de la Unión Soviética opinaba otra cosa: la obra era subversiva les parecía llena de propaganda en contra del régimen. Así, más estalinistas que el propio Stalin, la obra fue cancelada y Bulgakov corrido de su trabajo, amén de ser relegado a una especie de congeladora intelectual. 

El escritor no se quedó conforme y comenzó a escribir cartas a cuanto aparato burocrático le pareció oportuno. En sus misivas hablaba del injusto trato al que había sido relegado, de sus necesidades económicas, de la mella a su salud que esto implicaba. Pedía que el veto le fuera levantado, que le devolvieran su trabajo, o que le dieran uno cualquiera, que le permitiera alimentarse a él y a su familia. Solicitaba que, si tal cosa no le era concedida, que por lo menos le dejaran salir del país y vivir los años que le quedaran en otro lugar donde no lo odiaran.  Las cartas le ganaron una vista espantosa de los agentes de inteligencia a su casa: le destrozaron los muebles, le robaron sus diarios.  Esto último lo destrozó. Sus pensamientos más íntimos, sus ideas más profundas estaban escritos ahí. Después de meses de insistencia pudo recuperarlos para finalmente, quemarlos él mismo. Nadie más mancillaría su intimidad. La violación había llegado ya demasiado lejos.

Sumido ya en una profunda depresión, Bulgakov no esperaba ya nada mas que la muerte. En eso, el teléfono de su casa sonó. Su mujer se apresuró a responder para decirle después que le llamaban. Una voz femenina le indicó que esperara un momento, el camarada Stalin quería hablar con él. Bulgakov pensó que eso era lo único que le faltaba: una broma de mal gusto. Sin embargo, una voz masculina se puso al teléfono y la inconfundible voz de Stalin sonó al otro lado del auricular. Primero, se disculpaba por la tardanza en responder todas sus misivas. Después le preguntó cómo era eso de que quería dejar el país. Bulgakov sintió una mezcla de ira, miedo y admiración. No atinó mas que a responder que a últimas fechas, pensaba que el lugar de los escritores rusos no era otro mas que Rusia. ¿Cómo decirle al diablo que se quiere salir del infierno?  Stalin le preguntó por su trabajo. El escritor le contestó que no tenía. Stalin le dijo que le daba la sensación de que, si iba al Teatro Nacional, le devolverían su empleo. Así fue. Al diablo no le gusta que le hagan desorden y no siempre para las cosas chamuscando sin piedad: a veces, decide conservar el estatus a fuego lento. El diablo también habla bonito cuando quiere.

Contrario a la creencia popular, la crueldad, la maldad, la ira, los malos deseos no vienen cubiertos de una inconfundible nube negra. El diablo tiene teléfono. A veces habla de la manera más cortés, endulzando el oído, buscando empatía. A veces, hasta parece que nos deja decidir, que nos pone opciones y nos hace creer que aquello por lo que elijamos será enteramente nuestra voluntad y que será bueno. ¿Quién podría decirle que no a Stalin? ¿Quién tendría el valor de colgarle el teléfono?  Mejor aún, lector, lector querido, a usted ¿cuántas veces le ha llamado el diablo?