El monopolio de la discusión
Una de las características esenciales de los sistemas políticos tiene que ver con que cada uno de los elementos que lo componen interactúan entre sí y generan relaciones que tienden hacia la autorregulación del mismo sistema. Cuando hablamos de la posibilidad de establecer acuerdos políticos entre las fuerzas partidistas que configuran las reglas del juego electoral, vislumbramos como una posibilidad real el hecho de que las contiendas electorales van a partir de un esquema de reglas que han sido compartidas y consensuadas entre todos los actores que participarán en ellas.
El acuerdo es importante. Como Usted sabe, para poder cambiar la Constitución es necesario que se logre dentro del Congreso de la Unión un acuerdo político mayoritario de 2/3 partes de los escaños en cada una de las cámaras, lo que implica a su vez, que ningún partido por sí mismo y ninguna alianza cuenta con la cantidad de votos suficientes para poder realizar una modificación constitucional de gran calado sin tener que conciliarla con los partidos políticos antagónicos.
Esta es una de las propiedades -en mi opinión, virtuosa- de la pluralidad política y de la competitividad de los partidos políticos. Cuando se cuenta con un diseño de un sistema electoral que cuida la proporcionalidad, tenemos como consecuencia que los resultados electorales suelen ser reflejo de la pluralidad en el pensamiento del electorado; de lo que se desprende que las decisiones políticas que resultan de un congreso plural deberían de reflejar, en teoría, a la pluralidad de pensamiento político de la ciudadanía.
Evidentemente no me corresponde opinar o calificar sobre el comportamiento de algunos partidos políticos que en México de manera reciente han tendido hacia la formación de alianzas, ya sea electorales o de gobierno/oposición. Lo que sí es importante que visualicemos es que las estrategias de competitividad electoral de los partidos políticos y las estrategias de construcción de decisiones gubernamentales están interrelacionadas por los acuerdos que se van a tomar en la discusión de una eventual reforma electoral. Permítame explicarlo de la siguiente forma: las modificaciones que los partidos políticos lleguen a acordar tendrán efectos sobre la competitividad en los siguientes comicios, lo que invariablemente tendrá resultados positivos o negativos en función de las proyecciones y las expectativas que cada partido político tiene sobre el escenario por venir. Y ésta es una preocupación fundamental: las reformas electorales no deberían de responder a una expectativa de rendimientos políticos de corto plazo sino a un modelo de estado y de democracia que se encuentre a la altura de las expectativas de la ciudadanía a la que pretenden honrar.
Por ello que la apertura a la discusión es importante. Permítame advertir de manera respetuosa que el sistema electoral no es un patrimonio de los partidos políticos sino de la ciudadanía en democracia, por lo que un debate sobre una eventual reforma electoral no debería partir únicamente de lo que los partidos políticos de forma legítima tienen que decir, sino que, además, debe partir de la opinión de la ciudadanía y de la visión que ésta tiene sobre el funcionamiento de su propia democracia. De manera reciente hemos aprendido que un modelo de democracia que entiende a la ciudadanía como individuos iguales resulta insuficiente para poder entender las estructuras de representación política en un contexto social e histórico de desigualdad asimetrías e injusticias. Yatscha Mounk lo advirtió recientemente: Debemos preguntarnos si las instituciones democráticas de nuestro tiempo tienen la capacidad de responder a la pluralidad de nuestra propia sociedad. Y de esto no se habla de forma prioritaria.
Frente al aparente monopolio de la discusión de reforma electoral y política entre partidos, resulta indispensable la apertura al debate público abierto y bien informado. La democracia también se trata de eso, ¿no?.
Twitter. @marcoivanvargas
