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El picnic

Por Catón

Agosto 27, 2023 03:00 a.m.

A

“Mi esposa y yo siempre hemos sido muy sexuales -declaró un sujeto-. Hicimos el amor antes de casarnos”. Acotó el que lo oía: “Muchas parejas han hecho el amor antes de casarse”. Preguntó el tipo: “¿En el atrio de la iglesia?”... Vino dentro, senno fuori. Vino adentro, juicio afuera. Ese proverbio italiano originario de la región Peligna -lo digo sin intención segunda; así se llama esa comarca en los Abruzzos- podía aplicarse con justicia a dos individuos que sin conocerse entablaron conversación en la barra de una cantina de mala muerte y de peor vida. Poseídos ambos por los espíritus que en el alcohol residen, alegres unas veces, tristes otras, pugnaces con frecuencia, uno le confió, pesaroso, a su ocasional compañero: “Bebo porque mi mujer se fue con otro”. Gimió el segundo: “Yo bebo porque soy el otro”… “Destino aciago el de nosotras las mujeres -se quejó una-. Necesitamos solamente un pedacito del hombre, y tenemos que cargar con todo él”… Don Gerolano tenía más años que dos pericos juntos. Era un señor de muchos calendarios, tantos que nunca confesaba su verdadera edad. Lo mismo hacía mi ínclito paisano saltillense don Artemio de Valle Arizpe, ático escritor, y al mismo tiempo pícaro y travieso. Le preguntaba un indiscreto: “¿Cuántos años tiene, don Artemio?”. Con otra pregunta respondía él: “¿Me los vas a comprar?”. El otro se desconcertaba. “No”. “Entonces no te digo cuántos” -remataba el autor de “El Canillitas”. Pese a sus numerosos abriles -más bien diciembres- don Gerolano cortejó a mujer joven. Para cumplir con ella habría necesitado beber un cotofre de las miríficas aguas de Saltillo, capaces de reanimar al varón más desanimado. Permítanme un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “cotofre”. En un antiguo libro encuentro el dato: el cotofre era una medida de líquidos equivalente a medio litro, más o menos. Es de saberse que la chica a quien don Gerolano desposó era doncella ingenua y cándida. Educada en el Colegio de la Reverberación nada sabía de las cosas de la vida, que son muchas y variadas. Llegada la ocasión nupcial el provecto galán le preguntó a la inocente nínfula: “¿Sabes lo que hacen los casados en la noche de bodas?”. Ruborosa, ella dijo la verdad: “No lo sé”.  Al oír eso don Gerolano se consternó. Suspiró afligido: “Pues estamos arreglados. Tú no lo sabes, y a mí ya se me olvidó”… El enka bronado (Bronatus Enka), mamífero vertebrado, marsupial, que habita en las Islas Salomon, tiene la cabeza tan pesada que no puede subírsele a la hembra. De ahí su nombre… Las dos muchachas de servicio que trabajaban en casas vecinas habían llegado a la ciudad procedentes de cierto alejado pueblo campesino. Una de ellas le contó a la otra: “Mis patrones van a ir mañana a un picnic, y quieren que yo vaya con ellos”. Preguntó la otra, intrigada: “¿Qué es eso de ‘picnic’?”. “No lo sé -respondió la primera-. Pero por si las dudas voy a ir bien bañada y con calzones nuevos”… En el lugar donde vivía Babalucas había un pequeño lago al que acudían las familias los fines de semana. El alcalde anunció públicamente: “Ordené la compra de seis góndolas para nuestro lago”. Le sugirió Babalucas: “Compre también un góndolo, a ver si se reproducen”… Juanilín, amigo de Pepito, tenía un hermano mayor que él y una hermana más pequeña. Le contó a Pepito cómo habían llegado los tres: “Mi hermano vino de París; a mí me trajo la cigüeña, y a mi hermanita la encontró mi mamá entre las hojas de una col en el jardín”. “¡Caramba! -se sorprendió Pepito-. ¿Entonces tus papás no follan?”. FIN.