Escribo poco
Las cosas del mundo dieron la vuelta. Los buenos se quitaron el disfraz, y los malos se dieron permiso de serlo, cínicamente y sin tapujos. Las maldiciones o las malas palabras se volvieron el lenguaje de todos los días y dejaron de ser exclusivas de algunos hasta llegar a las lenguas más puritanas.
La sociedad es otra y el tiempo dirá si esto fue para bien o no, pero es un hecho que ya no nos medimos -de manera general- con la escala de valores, la ética o las normas sociales que antes nos servían de tejido conectivo. Lógico: el mundo y sus habitantes son un fenómeno dinámico y el cambio es lo único predecible.
Para hablar de política hay demasiados expertos y comentócratas, así que no voy a hacerlo aquí, al menos no hoy. Las redes y el acceso a la desinformación nos han hecho a todo especialistas y nos tomamos la libertad de opinar solamente porque leemos blogs o repetimos lo que otros dicen o escriben, lo que nos gusta oír y leer. Por ello sostengo que hay que tomar distancia, hay que hacerse amigo del silencio y de los que opinan con mesura. Creo que, en esos espacios de silencio, se encuentra lo que se esconde entre la demagogia del pueblo bueno, vasallo y sin consciencia de que lo es. Un pueblo adormilado por nuevas demagogias que le resuenan en su bolsillo y en sus despensa.
En fin, habrá que ingeniárselas para remontar los daños que el sexenio deja y los que vienen con el nuevo. Por lo pronto, escribo poco. Intento encontrar una voz que tenga cabida en un territorio en donde hablar con sensatez tiene un nuevo significado.
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