Esperar y esperar

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“Y a falta de mujeres ¿qué hacen ustedes?”. “Para eso tenemos las ovejas”. Tal pregunta le hizo el forastero al pastor que vivía con sus compañeros en la montaña, y esa respuesta obtuvo. El visitante se escandalizó. Sabía de la existencia de lo que en latín se llama bestialitas, a saber, coitus cum bruto, y el solo pensamiento de esa práctica entre los pastores lo indignó. Recordó ciertas escenas de la película “Padre padrone” (1977) elogiada lo mismo por Rossellini que por Kurosawa, y su irritación creció. Preguntó exasperado: “¿Qué hacen con las ovejas?”. Respondió el pastor: “Vendemos una y vamos a la casa de mala nota del pueblo”... En el campo nudista una chica le dijo a su novio: “Temo que te aburras de mí, Adamo. Nos estamos viendo demasiado”... Tres señoras discutían acerca de sus respectivos maridos. Las tres sostenían que el suyo era el más zonzo de los tres. Declaró la primera: “Mi esposo cree que el pinole se saca de los pinos y el pozole de los pozos”. Contó la segunda: “Fuimos a Los Ángeles, y en una calle nos topamos con Brad Pitt. Mi marido le pidió que nos tomara una fotografía”. La ganadora del debate fue la tercera señora. Relató: “Mi esposo abrió mi bolsa y vio ahí un paquete de condones. Me dijo: ‘¿Para qué traes eso, tonta? ¿Cómo los vas a usar, si no eres hombre?’”... Mi amigo el doctor dice que el coronavirus llegó para quedarse. Vacuna o no vacuna, afirma, seguirá aquí y en todas partes, enemigo en acecho, y volverá a brotar como esas hierbas malas que salen otra vez después de haber sido aparentemente erradicadas. “¿Qué podremos hacer?” -le pregunto a mi amigo el doctor. “Nada -responde él-. Sólo jugar a la ruleta rusa”. No comparto ese sombrío pesimismo. Confío en la ciencia -eso es decir que confío en el hombre-, y sé que los investigadores de la salud encontrarán el modo de hacer frente al asesino invisible. Quizá ese pensamiento dormía en mi mente desde que leí hace muchos años “Los cazadores de microbios”, de Paul de Kruif, libro en cuyas páginas están la vida y obra de los insignes médicos y científicos que han luchado contra las enfermedades y las han vencido. Plagas que ayer fueron azote de la humanidad -la lepra, la sífilis, el cólera- son hoy tan sólo un mal recuerdo. Así sucederá, estoy cierto, con la epidemia que ahora tiene paralizado al mundo. Lo único que debemos hacer es esperar. Esperar en el sentido de aguardar, y esperar en el sentido de tener esperanza... Una piel roja, mujer de exuberantes formas, le ofreció sus exuberancias a un explorador neoyorquino, a cambio de las cuales le pidió 100 dólares. “¿Cien dólares? -protestó el tipo-. Tus parientes acaban de vender la isla de Manhattan por 24 dólares”. “Es cierto-admitió la squaw-. Pero Manhattan no se mueve”... Un tipo les contó a sus amigos en el bar: “Anoche hice que mi esposa gozara mucho en la cama”. Uno de los compañeros preguntó lleno de curiosidad: “¿Cómo le hiciste?”. Respondió el tipo: “Le dije: ‘¡Qué bonitas sábanas! ¡Qué hermosas colchas! ¡Qué precioso edredón! Deberías comprar otros’”... Babalucas comentó en una fiesta: “Mi esposa y yo hicimos un viaje a América del Sur, y navegamos por el río Mingitorio”. La señora lo corrigió: “Orinoco, mi amor, Orinoco”... Aquel muchacho tenía una tuba en su recámara. Una amiga que lo visitó en su departamento le preguntó intrigada: “¿Por qué tienes aquí ese instrumento?”. Explicó el muchacho: “Me sirve de reloj”. “¿Cómo de reloj?” -se desconcertó la amiga. Explicó el otro: “Me pongo a tocar la tuba en horas de la noche y el vecino me grita por la ventana: ‘¡No mames, güey! ¡Son las 2 y cuarto de la madrugada!’”. FIN.