Familia y escuela Capítulo 100: En peligro de extinción: El asombro
Tal como está ocurriendo con algunas plantas y animales, las cuales, ante el embate de la modernidad, de los avances y desarrollo tecnológico con mayor daño ambiental; además, con el crecimiento demográfico y con ello de las manchas urbanas e industriales, muchas de estas especies se encuentran amenazadas y condenadas a su extinción.
De manera muy similar a lo que ocurre con los seres vivos, encontramos que muchos de los usos y costumbres, elementos culturales e ideológicos de convivencia social armoniosa y otras acciones, producto importante del y para el desarrollo de las personas y de los pueblos, están sujetos al mismo riesgo de desaparecer; tal es el caso del asombro.
Al estar coexistiendo en la sociedad de la información, en donde la comunicación, la innovación y el desarrollo tecnológico es una constante en el devenir cotidiano, tal parece que ya nada queda oculto a la mirada de los integrantes de este planeta.
Elementos que hasta hace poco eran desconocidos y difundidos de manera aislada o rezagados por el tiempo; incluso, acontecimientos que ocurren en el lugar más recóndito al otro lado del mundo, ahora en cuestión de segundos son proyectados y conocidos en todas partes con lujo de detalles, imágenes y datos.
Este acceso a todo el caudal de información, desde un computador o un simple teléfono celular, ha traído consigo una sensación de “saberlo todo” en el momento que se disponga, se necesite o simplemente se desee obtenerlo.
Una de las consecuencias de este vertiginoso proceso de difusión y masificación de la información, sin duda es la certeza que ya nada nos puede sorprender, porque ya con antelación tuvimos la noticia o los datos a la mano, de forma tal que cualquier hecho que llegue, o ya lo sabíamos o teníamos imágenes y datos de lo ocurrido o de casos similares.
Perder la capacidad de asombro resulta algo grave, sobre todo porque implica el “normalizar” situaciones y hechos que, de manera natural debieran sorprendernos, estremecernos y hasta impactarnos, bien sea por ser agradables y motivantes a nuestras vidas y trayectos o, por el contrario, por ser degradantes, inhumanos e inaceptables para nuestra existencia armoniosa y equilibrada.
Fruto de lo anterior y sobre todo porque ya en noticiarios, películas y series se habían apreciado suficientes escenas de terrorismo y destrucción, es que a mucha gente de primera instancia, no asombró el ver casi en tiempo real cómo ese 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos de Norteamérica, esos aviones impactaban parte de las instalaciones del Pentágono en Washington, en un despoblado en Pensilvania y a las torres gemelas en Nueva York; por cierto, en estas últimas costó trabajo asimilar y sorprenderse ante su derribo y el ver cómo esas pequeñas figuras que salían expulsadas del edificio eran seres humanos.
Nula capacidad de asombro e inaudita normalización ante los miles de desaparecidos, ejecutados, fosas clandestinas, actos de corrupción y demás hechos, que más allá de sensibilizarnos, nos vuelve fríos e indiferentes ante las cantidades apreciándolas así, como números: miles, cientos, decenas y acumulándose día tras día, sin detenernos ya a pensar y entender que detrás de esa frialdad, está la historia de cada familia y de cada caso.
Múltiples procesos sociales no escapan a este fenómeno, ya nada asombra, dado que se trata de obtener resultados numéricos y fríos: un sueldo, un número de seguridad social, una tarjeta de crédito; un carro, una casa, vestuario, celulares y muchas cosas más que se logran con cantidades monetarias y claro está, que su obtención se procura a costa de lo que sea.
La educación como uno más de estos procesos sociales, manifiesta una normalización de sus acciones, muchas de las veces sin sentido claro y sin explicación lógica; es así que se asiste a la escuela “porque se tiene que asistir” “porque la constitución lo exige” y con la encomienda de que en el peor de los casos, obtener un número mayor al 6 de calificación; las familias colaboramos con esta acción pero además, previo a la escuela, nosotros mismos nos encargamos de reproducir los patrones culturales con los cuales fuimos formados, no hay nada nuevo bajo el sol.
Desde luego que no es mala la concepción de apoyarles a transitar de la mejor manera posible por el camino que los adultos ya anduvimos, pero ya no es suficiente; lo que ocurre de fondo es que se vuelve un proceso rutinario y predecible, al cual unos saben que, obteniendo la calificación aprobatoria y otros, al seguir al menos dentro de la casa las reglas establecidas, ya nos mostraron que cumplieron.
Tenemos que darnos cuenta que estos procesos repetitivos nos hacen perder, a ellos y a nosotros, la orientación y el sentido de una educación integral y con ello, la capacidad de asombro; porque, resulta tan rutinario y aburrido llegar a ocupar un lugar en un salón de clases y oír a alguien recitar cosas que espera repita fielmente en un examen, como lo es escuchar una y otra vez a los papás las reglas de comportamiento de esa familia; incluso, en algunos casos, resulta igual de tedioso para los propios padres y maestros.
Debemos fomentar y reactivar la capacidad de asombro, nuestros hijos y alumnos esperan el mismo proceso y actuar de siempre, entonces ¿qué acciones diferentes implementaremos para ello?; cada caso es diferente, por tanto, las acciones a implementar también.
Dialogar, preguntar, guardar silencio, observar atentamente, escuchar, acompañar, liberar, encomendar tareas, crear proyectos, solicitar sus ideas y aportes; en fin, hay mil formas para adaptarlas al contexto en donde se aplique.
Recuperar y preservar la capacidad de asombro en la sociedad, tiene su base en la familia y la escuela, estas acciones no pueden esperar, se tiene que asumir ya el reto con convicción y decisión.
Comentarios: gibarra@uaslp.mx
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