Familia y escuela Capítulo 201: Lecciones olvidadas 1: La gratitud
Tal pareciera que el ritmo de vida que actualmente moviliza nuestras acciones cotidianas, en donde estamos conviviendo a través de múltiples procesos sociales con características de automatización, virtualidad y alejamiento grupal, nos ha llevado a un olvido paulatino de ciertas prácticas originales de los seres humanos.
Es cierto que la mayoría de estos procesos que nos han conducido hacia una existencia autómata, en muchos de los casos son necesarios y, sin duda, han aportado enormes beneficios científicos aplicables a todos los campos de desarrollo social; sin embargo, van quedando, al menos para mi y algunos más, cierta nostalgia hacia la pérdida y olvido de lecciones que, no obstante transcurra el tiempo y todos sus adelantos cibernético tecnológicos, siguen siendo necesarias.
El proceso de coexistir socialmente con tanta automatización muestra fríamente, tal como lo hacen las máquinas, acciones predeterminadas sin errores, programadas en tiempo y espacio para la ejecución de protocolos y productos, con un “input” y un “output” definido; tal pareciera que todos estos adelantos generan, como producto de la modernidad, la promesa de desarrollo social perfecto; sin embargo, hay algo que las máquinas no son capaces de proferir espontáneamente: el agradecer.
En efecto, una de lecciones olvidadas ante tan asombrosa modernidad de la era digital, procesos virtuales y de inteligencia artificial, es la pérdida paulatina de ser agradecidos; tal pareciera que la enseñanza y práctica de esta virtud se ha dejado de plano fuera del catálogo y programación educativa de las personas.
La educación, entendida ésta como proceso que se desarrolla no solo en escuelas, se ha centrado en la obtención de conocimientos “duros” y lineales, como si programáramos una computadora, de forma tal que aseguran en el individuo el caudal de conocimientos que fomentan su mecánica productividad y obtención de recursos económicos y de bienestar social material; ¿y el agradecer?, eso no aparece siquiera en las intenciones a enseñar.
Los pocos intentos por fomentar valores y virtudes, como el practicar la gratitud en familias, escuelas y algún apartado en alguna reforma educativa, han sido arrollados por el resto de la sociedad ante el reclamo de no “perder el tiempo” y empeñarse mejor en privilegiar y otorgar más tiempo y cantidad de esfuerzos en memorizar fórmulas y contenidos matemáticos, químicos y demás ciencias en “verdad importantes”.
Y no es que considere la enseñanza y aprendizaje de estas ciencias duras como negativo o poco importante; más bien, es el reflexionar acerca del equilibrio e igual importancia que una educación integral debe asignar a estas ciencias en equidad con el fomento y práctica de valores, virtudes y habilidades sociales.
Las lecciones aplicadas mediante el fomento a la gratitud arrojan beneficios inmateriales de suma importancia para la cohesión social, elevan la autoestima de quien las emite y quien las recibe; se mantiene un reconocimiento personal y social hacia el otro; se mejoran las relaciones e interacción social entre las personas y manifiestan un equilibrio y no una jerarquía social impuesta; en los grupos sociales como la familia o la escuela, se crea un ambiente de respeto y de armonía.
Por su parte, la práctica de la gratitud no es jerárquica ni parcializada, se debe tomar en dos sentidos, es decir, no es solo el agradecimiento a quien da, sino también a quien recibe; del hijo al padre y viceversa; del alumno al maestro y de éste a su pupilo y así, entre mayores y menores de edad, entre jefes de área y trabajadores, entre políticos y población, así como entre todas las actividades que presentan interacción social.
Desde tiempos muy antiguos se tenía ya al agradecimiento como práctica fundamental para la persona y de ésta hacia quienes le rodeaban, de hecho Cicerón afirmaba: “La madre de todas las virtudes es la gratitud”.
Es un hecho, ante la pérdida y olvido paulatino de la práctica de esta virtud, bien vale la pena que se introduzca como objetivo a fomentar en familias, escuelas y medios de comunicación; que cada padre y madre, cada maestro y maestra, cada comunicador y creador de contenido, así como todos quienes interactuamos con personas, enseñemos lo que solo se puede fomentar con el ejemplo: el ser agradecidos.
Comentarios: gibarra@uaslp.mx