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Familia y escuela Capítulo 213: Volver al libro, para volver a imaginar

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Mayo 08, 2024 03:00 a.m.

A

Como si fuera una especie en peligro de extinción o uno de los elementos que, ante el embate de la modernidad, con todas las posibilidades de creación y difusión de contenidos con maravillosas presentaciones digitales accesibles virtualmente desde la palma de la mano, el libro ha quedado desfasado y literalmente cayendo en el olvido; dentro de muy pronto, será elemento de museo.

Definitivamente, aún con todas las bondades que la sociedad del conocimiento ha brindado y establecido como algo natural para el acceso a nuevas formas y experiencias de consumo cultural, proporcionando el presenciar conciertos musicales, películas y video series de todo tipo; visitas virtuales a ciudades, plazas, museos, ceremonias religiosas o eventos importantes en tiempo real o en streaming; incluso, libros digitalizados para leer o hasta escuchar que alguien más nos lo lea; aún con todo y ello, extraño al libro.

No sé tu, pero aún con todo el romanticismo o temor a ser tachado de cursi, viejo o desfasado de los tiempos modernos, declaro que necesito tener y no dejar morir al libro: manifiesto esa necesidad de tenerlo de cabecera, sabiendo que fielmente me espera antes de dormir; ese libro que me acompaña en los viajes y que se tiene en cuenta para, lo mismo que lo que se empaca en la maleta, se confirma como parte de lo que se lleva y no se olvida, para hacer parecer los kilómetros en minutos en la carretera.

No basta con caminar por las calles e ir totalmente maniatado y capturado con la cabeza inclinada hacia la pantalla de un teléfono celular, sin tener en cuenta lo que te rodea, incluyendo personas, tráfico, en fin, abstraído de la realidad y preferir, en lugar de ello, llevar conscientemente en las manos un libro, como señal de no dejarlo morir, pero, además, con la seguridad de estar acompañado de lo que quiero leer y descubrir.

Resulta importante tener físicamente un libro y considerarlo “mi libro”, el cual puedo leerlo y releerlo, poner un separador simbólico, improvisado o fabricado que divida las hojas importantes o las que marcan mi avance; hacer en sus páginas algún subrayado o anotaciones y al terminarlo dejarlo descansar para, si su contenido fue lo suficientemente interesante, volver a él y volverlo a disfrutar para descubrir y aprender nuevas cosas y significados.

Todavía, en algunos casos, en las familias o escuelas en donde se influyó el consumo cultural de la lectura libre, esa que no se obliga, sino que nos interesa y motiva, esas personas ya en su adultez tienen todavía en mente, como configuración de su personalidad, su lectura preferida y los hay quienes todavía en esa edad, regresan a consultarla y refrendar su vieja amistad con su libro.

Es un hecho, el libro, como esa prenda física que al contemplar su portada nos remitía a momentos especiales y al hojearlo se percibía el aroma inconfundible de su interior, está desapareciendo. 

¿qué se pierde con ello?

Se pierde una época, una costumbre, un amigo, el arte de escribir, leer y comprender lo que alguien nos comunica; se pierde el romanticismo de dejarnos cautivar por las letras de cuentos, poemas, novelas, aventuras, romance y hasta de terror.

Para la educación, se pierde un aspecto fundamental: la imaginación, puesto que al apreciar los contenidos audiovisuales desplazan fácilmente a los textos al ofrecer imágenes maravillosas, sonidos espectaculares, escenarios increíbles, rostros y voces icónicas y todos los elementos que, de manera fantástica, son presentados en una pantalla que nos deslumbra, pero que no dejan nada a la imaginación; todo lo anterior, solo nos reduce a la situación de ser meros expectadores, sin molestarnos en ser parte de la historia, sin la posibilidad de crear o elaborar alternativas, variaciones o finales a los elementos de los contenidos observados.

Por su parte, al leer un libro, automáticamente se enciende nuestra pantalla mental y comenzamos a crear imaginariamente todo lo que las frases escritas hoja por hoja nos están diciendo.

Es así que al leer la obra de William Shakespeare: Romeo y Julieta, imaginamos sus rostros, el escenario donde ambas familias se confrontan y hasta los detalles de cómo ella finge su muerte y él, al verla así, sin más también decide quitarse la vida; todo esto ocurriendo en nítidas imágenes en nuestra mente.

Lo mismo ocurre al leer “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, recreando imaginariamente el pueblo de Macondo y sus habitantes o, el Diario de Ana Frank, en donde, ante la narrativa de cómo se escondieron en un sótano ante la invasión alemana a Holanda, en nuestra “pantalla mental” pasan una a una las escenas imaginándonos sus rostros, espacios, actividades y hasta su desenlace en campos de concentración.

Y así ocurre con los libros que queramos o necesitemos leer, se enciende y se proyecta nuestra imaginación; esa que nos permite elaborar imágenes, juicios, hipótesis, conclusiones y mil elementos más que se propician, en lugar de la inmovilidad de solo apreciar lo ya elaborado de manera total.

Rescatar al libro como forma de aprendizaje para la vida, incluye también el rescate de la imaginación como forma activa de aprender, ¿cuál es tu libro favorito? ¿qué libro rescatarás y fomentarás en tus hijos y alumnos?

Comentarios: gibarra@uaslp.mx