logo pulso
PSL Logo

Familia y escuela Capítulo 218: El secreto de Martín

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Junio 12, 2024 03:00 a.m.

A

Ese día, la señora Juanita, tal como lo hacía todos los días de la semana, llevaba a sus dos hijos a la escuela, a Martín el menor de cinco años al nivel preescolar y a su hermano mayor a la primaria.

Siempre la misma rutina: Juanita dejaba en la puerta del salón de ese jardín de niños a Martín con la misma consigna y queja ante su maestra: “…tiene mi consentimiento para que lo regañe y lo corrija, porque es un cabezón que no hace caso, siempre está sin hacer nada y todo distraído, la verdad me da vergüenza traerlo a la escuela por que ¿qué dirán de mi? que no lo sé educar; en cambio a su hermano, qué orgullo, siempre me felicitan porque saca las mejores calificaciones…”

A todas esas quejas Martín siempre reaccionaba igual: bajaba la mirada, tranquilo y de vez en cuando volteaba ligeramente a ver a su maestra; tal parecía que ya estaba acostumbrado a la misma cantaleta de todos los días y solo esperaba que pasara ese momento para ingresar al salón de clases.

Una vez dentro del aula, no hacía lo mismo que todos sus compañeros, era serio y aunque los trataba con respeto, no formaba parte de grupos de amigos; revisaba con curiosidad todos los espacios, vaciaba los cajones de material didáctico examinando hasta el último objeto, revisaba los libros del rincón y se detenía a hojear los que más le parecían interesantes; durante los recreos, aveces permenecía observando a todos los demás o se mantenía dentro del aula jugando o dibujando en su cuaderno.

Estas actitudes llamaban la atención de su maestra, pues se daba cuenta que, a pesar de ser un niño respetuoso e inteligente, no actuaba de la manera que para muchos lo consideran como dentro de los parámetros de la “normalidad”; en distintas ocasiones llegó a pensar en solicitar apoyo a personal de trabajo social o de psicopedagogía, debido a que él pudiera estar pasando por episodios de violencia o marginación en su hogar.

Sin embargo, ese día, cambiaría y dejaría muy claramente lo que ocurría con Martín: al llegar la hora del recreo, tal como lo hacía en repetidas ocasiones, se quedó dentro el aula, pero esta vez se asomaba por la puerta observando a su maestra y, cuando ella volteó a verlo, le indicó con la mano que viniera; ella, desde luego que se sintió intrigada, a la vez que preocupada y se acercó; al llegar junto a él, en el umbral del salón, le dijo al oído: “tengo un secreto”.

Desde luego que al escuchar lo que Martín le dijo, se hizo una pausa llena de incertidumbre, durante la cual ella supuso desde lo más ingenuo, hasta lo peor, sin embargo, él caminó hacia el interior y una vez estando adentro con toda calma le volvió a decir: “tengo un secreto”.

Al ver la sorpresa que causó, dibujada en el rostro de su maestra, le dijo con voz firme: “sé leer y escribir”.

La pausa que se generó ahora provocó en esta ocasión en ella una sensación de sorpresa y al mismo tiempo de alivio, dado que se redujo la suposición de algo más grave, pero dejó planteada una situación de incredulidad, a lo que solo asintió con la cabeza y preguntó: ¿es verdad?

Decidida a probar lo que Martín aseguraba, se dirigió al rincón de lectura y tomó uno de los libros que ahí se encontraba y le pidió que leyera un cuento, lo que realizó de manera clara y fluída, provocando su asombro; a continuación, destapó un marcador y le pidió que escribiera su nombre en el pintarrón, lo cual ejecutó de manera sencilla, por lo que le dictó una frase más compleja, ejecutada también de manera natural. 

En efecto, sabía leer y escribir, ese era su secreto y, no obstante el desconocimiento de sus compañeros y de su propia madre, lo mantenía oculto, como su gran triunfo; ahora su maestra había logrado generar en él la confianza suficiente para que le contara algo muy preciado para su corta edad, pero que era un logro invaluable y que ahora lo compartía con ella.

La educación tiene en todos sus actores un puñado de secretos, en muchos casos de tipo profesional y de vida, que les hacen cultivar y aplicar diversas habilidades y actitudes, las cuales son propiedad de cada persona y que resguardan celosamente, incluso, si se les pregunta: ¿cómo lo hacen? no sabrían qué contestar.

Es así que tenemos a padres de familia y maestros que a la hora de enseñar y formar a hijos y alumnos se transforman y “conectan” con todos ellos, bien sea por el trato, la voz, la mirada, la empatía y el buen humor, la firmeza, el ejemplo, la experiencia y muchas formas más que poseen como esas habilidades secretas que aplican para educar.

A pesar de las reglas y normas sociales establecidas para el desarrollo educativo en familias; de los programas oficiales de estudio en los diferentes niveles escolares; con nuestra voluntad o sin ella, se tienen de manera secreta diversas formas de enseñar y de aprender.

Estando apenas con cinco años y en tercer grado de preescolar ¿de qué manera aprendió perfectamente a leer y escribir? eso sigue siendo todavía el secreto de Martín.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx